La ley y el orden

El problema de cualquier ley permisiva es que, aunque no quiera, termina siendo una ley promovedora

Se publican muchos artículos sobre el cannabis por el run run de una próxima legalización. Todos destacan la divergencia entre una opinión pública convencida de estar ante una droga menos nociva que el tabaco y el alcohol y sus verdaderos efectos psíquicos y sociales, gravísimos. Queda en el aire, flotando como un humo insidioso, la duda de quién y porqué se empeñó en revestir al porro de ese aire inocuo. También se denuncia la incoherencia de una regulación que permite el consumo personal, pero no la comercialización, obligando a los aficionados o a la horticultura o a financiar a las mafias, que corrompen a la sociedad y se llevan por delante ingentes cantidades de fondos públicos para luchar contra ellas en una guerra que, además, se está perdiendo.

La cuestión más candente es si la ley desarrollará una pedagogía social. Los expertos piensan que sí, esto es, que cualquier norma que permita el cannabis, ya sea con usos terapéuticos o recreativos, a pesar de los límites que intente, termina extendiendo su uso en una sociedad que empezará a verlo como legítimo porque es legal. Asombra que haya quien defienda sinceramente la neutralidad de la ley, cuando en todos los casos particulares se demuestra que no. El más evidente fue el divorcio. A menudo, en el Parlamento los diputados de izquierdas, cuando los del PP se resisten un poco a aprobar cualquier cosa progresista, les recuerdan que se opusieron al divorcio y que ahora se divorcian con más fruición que nadie. Los del PP se callan y reniegan entre dientes del pasado de su partido, del suyo, del pasado en general…, pero pierden una oportunidad de oro de reconocer que justo por eso se oponían y que por eso se oponen a la ley que sea. En cuanto algo se aprueba, aunque exista la libertad de no acogerse a ello, se acaba aceptando enseguida el comportamiento que se rechazaba. La moral de la mayoría necesita el burladero de la ley para estar a salvo.

Ante lo cual, nos encontramos en un jardín de senderos que se bifurcan. Por un lado, hay que dar la batalla legal pensando en tantos que terminarán ajustando sus vidas al derecho positivo, aunque sea negativo. Por otro, viendo que los conservadores de verdad perdemos batalla tras batalla, tenemos que olvidarnos incluso en el subconsciente de que la ley civil ilumine nuestras conciencias e influya en nuestro comportamiento. Tenemos que asumir que somos unos fuera de ley.

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