La insurrección catalana nos ha dejado tres lecciones, que debían ser anotadas por la izquierda española. Primera. A los nacionalismos periféricos, el vasco y el catalán, le adjudicamos una superioridad moral de la que carecen. Ése ha sido un error de estos 40 años, agravado por un sistema electoral que les recompensa. Compramos la moto de que, tras el PSOE y el PP, los verdaderos hombres de Estado en España eran los Pujol, los Roca, los Anasagasti, los Tarradellas y los Josu Jon Imaz. Hasta hace tres meses, Soraya Sáenz confiaba en que Oriol Junqueras salvaría a España de la ruptura catalana. La pulsión ideológica del nacionalismo es la diferenciación y su objetivo, la independencia. Además, es un nacionalismo de ricos que se quiere desprender de una fiscalidad progresista. Sirva esto para la próxima reforma constitucional. Segunda. Podemos sólo es populismo de izquierdas, no hay más; es inservible, una pandilla de activistas inhábiles para la política, puro obstruccionismo perpetuo, un peronismo travestido y ejecutado por un Peter Pan leninista que purga y purga. Tercero. Por primera vez en 40 años, la bandera española es un símbolo aceptado de libertad, se muestra sin miedo y sin complejos, pero al nacionalismo periférico no se combate con más nacionalismo español. Se deberían evitar las astracanadas y las panderetas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios