El mástil

Pepe Marín / Josemarindiaz@msn.con

Los justicieros

ESTA semana me he divertido mucho a costa de esta columna. Lo reconozco. Incluso, confieso, quizá era mi intención. Hace siete días escenificaba mi desacuerdo con la figura de un insigne artista sobre el que dudaba, y dudo, de su gentilicio. O sea, que no es tan buen hijo de Algeciras como tampoco ella es madre acogedora. La cuestión es que he recibido unos cuantos correos electrónicos donde me ponían como un trapo, unos educadamente, otros literalmente. Y dado el interés por mis ancestros más frescos de algunos, les he respondido conforme a su tono y nivel. Básicamente se me acusa de profanar el valor de un genio indiscutible de la música universal, y tal y tal, y con ello, me doy cuenta, para mi sorpresa, de que en mi pueblo sigue en primera división mezclarlo todo y fusilar al amanecer a quien no baila lo que canta la mayoría. Pero, a ver. ¿Quién puñetas despreció arte alguno? ¿Qué coño tiene que ver que debatamos que alguien sea o no un malaje, con que haga unos cuadros de punto de cruz cojonudos?¿Es que acaso el que uno sea muy bueno en algo, implica el que sea elevado a la categoría de Dios infalible y perfecto? En fin. Que hay que estar ciego, ser un fanático o no encajar las críticas por sistema, para negarse a reconocer que no somos perfectos; y que cualquiera, usted, yo, y por supuesto un guitarrista, puede y a veces debe ser valorado en toda su dimensión. Menos golpes de pecho y más autocrítica, por favor. Y otra cosa para terminar. No insulto a mi pueblo, ni lo veo como un puñado de catetos, no más de los que tiene. Sólo pertenezco a una generación crítica que apuesta por crecer desde la reflexión y no desde el alineamiento. Para hacer poemas, ya estaba Lola Peche. Uy. Ahora vendrá alguien a decirme que porqué me meto con la cultura.

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