Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

El influjo del 21-D

¿Acaso la mujer ciega era Cataluña y su perro guía desnortado la bestia separatista?

Esperando ayer que un semáforo se pusiera en verde para cruzar oí a una mujer mencionar un nombre extraño y decir: "Ponte de frente". Me volví y la vi, con unas gafas negras y agarrando con firmeza a su perro guía. Cuando el semáforo nos dio permiso para pasar a la otra acera oí: "Vamos, vamos". La mujer tiró del perro. Supuse que había oído los pitidos que emiten algunos semáforos para avisar a los invidentes. ¡Pero era ella, la ciega, la que instaba al animal a cruzar! Así que pensé que cualquier día iban a acabar tatuados en el asfalto. Y pensando esto, y ya saliendo del estupor que me había provocado la peligrosa caraja del lazarillo, recordé que los censados en Cataluña que quisieran hacerlo podían ir ayer a votar.

¿Por qué? Ni idea. Me pregunté por qué tuve ese recuerdo eso, no por qué estaban votando. Esto ya lo sabía. Como para no saberlo. ¿A santo de qué venía esa asociación de ideas tan absurda? ¿Quién era el perro desnortado? ¿La bestia separatista? ¿Y la mujer? ¿Cataluña impelida al desastre por culpa del chucho terco y asobinado? ¿Pero qué Cataluña: la de Rovira o la de Arrimadas? Entonces el semáforo era Rajoy. Esta empanada mental fue todo lo que conseguí bajo el influjo del 21-D, a casi mil kilómetros de Barcelona.

Era un mediodía soleado, pero a mí se me estaba nublando la cabeza. A esa hora ni siquiera tenía un pronóstico sobre el resultado de la votación. Entonces, ya en el puente, como apertura para la columna, redacté mentalmente: "Cataluña será algún día independiente. Y en el futuro será nada, un cacho de mapa viejo. Como todo lo demás". Uf, demasiado profundo. ¿De qué vas?, me pregunté a mí mismo. Deseché ese comienzo y seguí andando. Al llegar al final del puente me giré preocupado para comprobar si detrás venía la pareja, la mujer y el perro; o la mujer sola; o el perro solo. No vi a ninguno de los dos. Pero tampoco oí ladridos, ni gritos, ni sirenas de ambulancias ni de la Policía. Así que bien. Habían cruzado la calle sin problemas. Deseé que fuera así siempre, que el abobamiento perruno hubiera sido, en ese lugar difícil de cruzar para alguien que tiene sus ojos apagados, un lapsus pasajero, algo que no volvería a ocurrir. Y dejé de pensar en Cataluña y sus elecciones y me dije que no escribiría sobre el asunto. Ya se me ocurriría algo que no tuviera nada que ver con el 21-D.

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