Cada vez que Mariano Rajoy se refiere a "lo que importa a los españoles" apunta, con mentalidad típica de Registrador de la Propiedad, a su bolsillo, a la economía doméstica y ya está. Aunque a los españoles, tanto o más que el bolsillo propio, les interesa el ajeno y cómo se ha llenado.

Lo que se percibe de una forma incontestable en el tratamiento de la corrupción, que produce una inmensa alarma social y un rechazo público sin parangón. Comparemos el 3% de un puñado de dirigentes nacionalistas con las políticas del 100% de los dirigentes nacionalistas, que pretenden subvertir la Constitución del 78 y la historia de España, despreciando siglos de unidad y de solidaridad entre nosotros. Si la Guardia Civil interviene en Cataluña para detener a un corrupto del 3%, todo el mundo aplaude y hasta los más recalcitrantes de Junts pel Sí dicen a una que sí, que bien, que perfecto. Pero como un Guardia Civil intente velar por el cumplimiento de un artículo tan esencial de la Carta Magna como el 1.2, es el acabóse, el grito en el cielo, las camisas partidas, las esteladas histéricas y todo quisqui a la calle.

Del mismo modo que reducimos la honestidad a las cuestiones del sexo y la honradez a las del dinero, y no son sólo eso, la corrupción es tanto llevárselo crudo como cocer el ordenamiento a fuego lento. Corrupto es el que trinca los dineros, sí, y el que hace trizas la ley que juró cumplir y hacer cumplir.

Con su discurso de que importa nada más que la economía, el Gobierno ha dejado subconscientemente indefenso al ordenamiento jurídico y al sistema político. Casi nadie percibe la inmensa corrupción que implica saltarse la ley o dejar que se la salten. El presidente del Senado, tolerando que el nuevo senador catalanista de origen indio se chuflee (a sabiendas o sin saber) del juramento a la Constitución, hace más daño a la democracia que si metiese la mano, si las comparaciones no fuesen odiosas y usando ésta sólo a efectos pedagógicos, para que se me entienda.

Circunscribir los intereses de los votantes a su economía, siendo un buen gestor, es una jugada hábil, que evita tener que entrar en los delicados y exigentes terrenos del compromiso moral, de la coherencia ideológica y del combate cultural; pero tiene contraindicaciones. El Gobierno no encuentra más armas para luchar contra los independentistas que su corrupción, pero ni ésa es la batalla ni parece que baste.

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