Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

Las 35 horas

La jornada de 35 horas, también en la empresa privada, reduciría el riesgo de aparición de convulsiones sociales

El Gobierno central, que burló la Constitución para amnistiar a los grandes defraudadores, se ampara en ella para prohibir que la jornada laboral de los trabajadores públicos andaluces se reduzca a 35 horas. Pero 35 horas son muchas, con 30 sobraría. Crean lo que digo: he trabajado una barbaridad y lo único que he conseguido es fatigarme. Seis lustros de experiencia me informan de que los que alaban sin cesar las virtudes y beneficios del trabajo suelen ser quienes más cobran por no dar palo al agua o por hacer lo que les entusiasma: mandar. El trabajo es malo, si fuera bueno no pagarían por realizarlo. Hasta la Biblia lo concibe como un castigo. Pocas frases tan terribles como aquella con la que Dios maldice a Adán después de que violentara las normas del Edén: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente". Desde entonces, la historia de la humanidad podría interpretarse como una búsqueda extenuante de la fórmula con la que liberarse del trabajo o convertirlo en algo menos penoso.

Antes de que irrumpiera la crisis que el capitalismo financiero aprovechó para restituir el Estado del malestar, los sindicatos europeos soñaban con una sociedad mejor organizada y planteaban la reducción de la jornada amparándose en la necesidad de repartir el trabajo, ese bien (o ese mal, según se mire) escaso tras la expansión de la informatización, la robotización y las nuevas tecnologías que han automatizado cientos de menesteres tradicionales. Pero se prefirió apostar por abaratar la mano de obra y precarizar las condiciones laborales antes que por innovar para aumentar la productividad que en el pretérito llamábamos plusvalía. Un error, puesto que una distribución más igualitaria de la faena liberaría a los que se agotan, ocuparía a desempleados forzosos, fomentaría el ocio y activaría la rueda del consumo. La jornada de 35 horas, también en la empresa privada, reduciría el riesgo de aparición de convulsiones sociales, de distopías como la que, a modo de metáfora, plantea H. G. Wells en La máquina del tiempo. Un mundo en el que, los Eloi, angelicales, bien formados y ociosos, disfrutan del paraíso hasta que, cada cierto tiempo, emergen de las entrañas de la tierra otros seres, los morlocks, industriosos, peludos y sulfurosos, que los devoran. Conviene repartir tarea, ocupar a muchos en vez de reventar a unos pocos, poner a faenar a las máquinas y avanzar hacia la utopía, "la verdad de mañana". Eso o la solución final: clonar a Cristina Cifuentes.

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