Lo foráneo

El nacionalismo clásico y la juventud antisistema yerran al creer que son parte de la solución y no un aspecto del problema

Allá por el 94, Rubert de Ventós atribuía a la globalización, a la mundialización del mundo, este último brote de nacionalismo que nos acucia. Ventós, que por entonces se mostraba partidario de unos Estados más pequeños, que recogieran la memoria de los pueblos (véase su Nacionalismos. El laberinto de la identidad), decía sin embargo algunas cosas de interés: por ejemplo, que es el éxito de los McDonald's, que es la proliferación de los Starbucks, quien crea, de algún modo, al lugareño airado, guardián de las esencias. A lo cual podríamos añadir, veinte años después, que ese mismo fenómeno sirve para explicar el actual problema de los turistas.

Digamos que si el nacionalista clásico recela, por motivos culturales, del cosmopolitismo en chanclas que invade sus feudos cada verano, la juventud antisistema lo hace por distintas razones, que podríamos resumir en el "capitalismo de consumo" que tanto espanta a Lipovetsky y Bauman. Uno y otro han identificado en lo foráneo el origen de sus males. Pero si en el primer caso se trata de un mal de naturaleza genuina (la desaparición de un mundo idealizado y frágil); en el caso de la CUP, por ejemplo, dicho mal es de carácter adventicio, y viene propiciado por un sistema económico que ha puesto a sus beneficiarios a vagabundear por el planeta como quien cruza, apresuradamente, el híper. Ambos movimientos, adánicos y recesivos, advierten en la invasión exterior una de las consecuencias, uno de los peligros más obvios de la globalización. Ambos se equivocan -y de qué modo-, tanto al eludir el ámbito de la democracia burguesa, como al pensar que tales cuestiones se solucionan poniendo un fielato en Biarritz o pinchando los autobuses turísticos. Vale decir, ambos yerran pensando que son parte de la solución, y no uno de los aspectos del problema.

Ya digo que Ventós proponía, veinte años atrás, unos Estados más pequeños para el mundo posestatal que, según él, se avecinaba. No parece, sin embargo, que micro-estados como Rusia, China y Estados Unidos vengan en apoyo de las tesis de Ventós, y sí de quienes ven en la estructura europea una defensa más eficaz (acaso la única) de los intereses ciudadanos. Para el problema turístico, Umberto Eco proponía hacer copias de Venecia, tipo Disneyland, que salvaran a la ciudad original y sedujeran a los viajantes ávidos de novedades. Para la otra cuestión, para la cuestión Puigdemont, sin embargo, hacer copias de don Carles quizá no sea lo apropiado.

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