El mástil

Margarita García / Díaz / Malgara_gd@hotmail.com

Con el éxito hasta el cuello

AÚN estamos conmocionados con la muerte de Michael Jackson, aunque tampoco podamos decir que nadie se ha extrañado mucho, ya que los problemas de salud que aquejaban al ídolo del pop eran algo conocido. Millones de personas de duelo, miles de altares, páginas y noticias, cientos de especiales para ponernos al día sobre su precocidad, sus paseos por tratamientos y quirófanos, las deudas a las que apenas podía hacer frente, las acusaciones de las que tuvo que defenderse y la extraña familia que casi creó. Incontables bulos y suposiciones para ensañarse con el difunto, que en este caso, también fue víctima, de genialidad -junto a la admiración siempre vive la envidia- y de inocencia, porque creyó poder cambiar, en lugar de aceptarse; porque se aisló en un mundo ilusorio para huir de la vorágine que saca tajada de las debilidades ajenas. Demasiado pronto para todo, para triunfar, para ser la joya codiciada por el mercado, para convertirse en producto cuando los jóvenes de su misma edad podíamos ser simplemente rebeldes, para elegir no ser negro,… demasiado pronto, incluso, para morir. Aunque siempre valoré sus cualidades como intérprete, nunca fui demasiado devota de su música, pero me conmueve su imagen frágil dando pequeños gritos, acompasados a la figura huidiza de un eterno adolescente que se movía nervioso y que cuando bailaba se tocaba con insistencia la entrepierna -un extraño gesto obsceno en una persona tan pulcra- mientras su rostro, lejos de madurar, mudaba hacia una faz inconcebible, en la que fácilmente se podía adivinar la soledad.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios