A veces, aprovecha que alguien ajeno al debate interno realice un diagnóstico objetivo de nuestras realidades, que las desgrane y analice sin la inevitable contaminación que produce una excesiva cercanía. Es el caso del que, sobre nuestro sistema educativo, ha formulado recientemente Inger Enkvist, profesora e hispanista sueca. Para ella, en España y en la mayoría de los países occidentales estamos experimentando con nuestros niños y les estamos engañando: el desprestigio progresivo del esfuerzo y una pésima aplicación del principio de igualdad, que conduce a una formación uniformemente mediocre, terminará otorgando claras ventajas a quienes, por ejemplo en Oriente, están pertrechándose mejor para el mundo global.

Centra Enkvist su crítica en tres aspectos fundamentales. El primero se refiere al inmenso error que supone el ofrecer el mismo itinerario educativo a todos los estudiantes. Hay que establecer, señala, diversos caminos que, agrupándolos por niveles, permita que todos desarrollen al máximo sus capacidades. Esto es lo que se hace en Corea o en China con asombrosos resultados: en todas las franjas de aptitud, desde los más lentos a los más inteligentes, sus críos superan a los nuestros.

El segundo atiende a la polémica sobre las fórmulas de evaluación: los exámenes y las reválidas, subraya, "son necesarios y la mejor preparación", porque el cerebro sólo almacena "la repetición, la huella" y, para ello, "hay que oír, leer, escribir y repasar". Se está consolidando un extraño derecho al aprobado que, regalando el pan para hoy, casi garantiza el hambre para mañana.

El último desenmascara el exagerado valor dado a las nuevas técnicas: el acceso a internet, los ordenadores y las tabletas jamás permitirán obviar el costoso proceso de la verdadera enseñanza: los alumnos, ya en Primaria, deben afanarse en manejar bien la lengua, hablada, escrita y leída, y en comprenderla, porque no hay máquina que, sin los obligados conocimientos previos, dispense la ciencia infusa.

No sin alabar la maravilla de una educación pública y gratuita, añade Enkvist otros factores que anublan aún más el horizonte: la desmotivación del profesorado, la falta de colaboración de las familias o, en nuestro país, el uso ideologizado que están haciendo nuestras autonomías de sus competencias educativas. Al cabo, caras, variables y fracasadas, nuestras estrategias se aproximan bastante más a la estafa que a la excelencia.

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