CON la firma hoy de los decretos de disolución de los parlamentos de la nación y de Andalucía, la maquinaria para las elecciones del próximo 9 de marzo se pone en marcha. Nos esperan casi dos meses de intensa campaña en la que los partidos redoblarán esfuerzos por atraerse al estrecho margen de indecisos capaces de inclinar la balanza nacional en uno u otro sentido. Ambos partidos parecen de acuerdo en que es la situación económica donde más sensibilidad existe ahora mismo entre los electores y en que los últimos datos de coyuntura han abonado el terreno para que sobre esos temas giren las principales controversia. Cierto es que la época de vacas gordas parece haberse terminado y que se está produciendo una desaceleración importante que afecta especialmente a sectores como la construcción. Como también lo es que la inflación ha superado con mucho las previsiones del Gobierno y que los últimos datos de empleo no invitan al optimismo. Pero de ahí a hablar de una crisis ya instalada media una gran distancia. La economía española ni está en recesión ni tiene perspectivas en el medio plazo de estarlo. Para este año se prevé todavía un crecimiento importante que los más optimistas sitúan en el entorno del 3% y que una publicación de reconocido prestigio mundial, The Economist, rebajaba ayer hasta el 2,4%. Sí parece claro que las alegrías de los últimos años se han acabado y que las economías familiares se van a resentir por el peso cada vez mayor de las hipotecas, la subida de la inflación y el aumento del paro, lo que va a incidir necesariamente en una reducción del consumo privado. Es positivo que el debate preelectoral se haya centrado en el análisis de estas cuestiones y en las recetas que cada una de las formaciones en liza son capaces de presentar porque -por lo menos, por ahora- la discusión se está centrando en temas que son sustantivos para el electorado y no está perdida en cuestiones accesorias. No sobra recordar en esta situación la frase con la que Bill Clinton logró desbancar a George Bush padre en la campaña de 1992, a pesar de que se creía invulnerable tras su victoria en la primera Guerra del Golfo: "Es la economía, estúpido".

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