¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

El eco de la Cataluña rural

En el mapa de los ayuntamientos que apoyan o no el 1-O se observa el rastro de la vieja disputa campo-ciudad

No hay que ser un analista muy perspicaz para detectar en el procés un eco lejano de la vieja disputa entre el campo y la ciudad. El mapa de los municipios catalanes que apoyan o no el referéndum del 1 de octubre así nos lo recuerda. De los 11 municipios más poblados de Cataluña, siete se han negado (por ahora) a ceder sus locales para celebrar el simulacro de consulta, entre ellos, Barcelona (aunque Colau, en estas cuestiones, es poco de fiar), lo cual merma considerablemente al plantón de la república catalana sus posibilidades de prosperar. Gerona es la única capital de provincia que (por ahora, insistimos) colocará las urnas, aunque la inmensa mayoría de los municipios catalanes ha decidido facilitar, en contra de la advertencia del Tribunal Constitucional, la consulta. Eso sí, muchas de estas localidades no pasan de la consideración de villorrio y en ellas las cabezas de ganado abundan más que las de los seres humanos. El aroma a queso añejo es característico de los nacionalismos ibéricos.

Mucho se ha hablado de la influencia del carlismo (movimiento ruralista por excelencia) en el nacionalismo vasco, pero menos de la que ejerció en el identitarismo catalán. Y sin embargo, fue amplia y decisiva. En el mundo rural catalán aún flotan leyendas de la Segunda Guerra Carlista, también conocida como la dels matiners, y el recuerdo oxidado de la efigie de don Carlos Luis. El Estado español, que cristalizó definitivamente en un siglo XIX industrialista y urbano, siempre ha estado como ausente de amplias regiones agrarias del país. Madrid o Barcelona eran los vórtices en los que naufragaban los campesinos empobrecidos, los cuales eran despojados de su bolsa y honra para formar parte de las masas fabriles y de los míseros suburbios urbanos. Demasiadas razones para el rencor hacia un Estado lejano y altivo.

Este resquemor ha sido bien aprovechado por el nacionalismo catalán, que siempre halagó a los rústicos poniendo al payés en la cúspide de la evolución humana. Decir "España nos roba" es activar un subconsciente colectivo en el que se almacena la memoria secular de los impuestos abusivos, de los mozos usados como carne de cañón en las guerras coloniales (muchas de ellas para defender los intereses de la oligarquía catalana), del desprecio de los funcionarios hacia las toscas maneras y ropajes de los aldeanos. La totalidad de estas cuestiones afectaban por igual a todo el campo español, pero ya sabemos que el nacionalismo hace propio y exclusivo lo que nos pertenece a todos.

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