Contra el diccionario

María Moliner nunca fue admitida en la Real Academia Española. Un caso clamoroso de machismo

S I alguna vez me preguntan qué autor me ha influido más, sin duda tendría que citar a María Moliner, que no escribió ninguna novela ni ensayo ni autobiografía, pero sí un monumental Diccionario del uso del español que consulto todos los días docenas de veces. De hecho, no he escrito nada sin la paciente y silenciosa ayuda de doña María Moliner, que me aconseja desde el CD-ROM donde tengo la edición electrónica de su diccionario. María Moliner era bibliotecaria, pero un día un hijo suyo le trajo un diccionario del uso del inglés y ella decidió redactar el del uso del español. Trabajó en su mesa camilla (no tenía habitación propia), redactando sus fichas con paciencia de hormiga -pero con la determinación de un héroe homérico- mientras cuidaba de sus cuatro hijos, más o menos como Alice Munro cuando empezó a escribir sus cuentos en la cocina y tenía que engañar a sus hijas diciéndoles que estaba haciendo la lista de la compra.

El resultado de ese trabajo fue el diccionario que ahora todo el mundo llama "el María Moliner". Un prodigio de precisión conceptual y de claridad analítica. Un monumento verbal. Y en cierta medida, una patria para todos los que usamos el castellano. Me pregunto quién sabría definir "alma", "amor", "conciencia" o "causalidad" como lo hizo María Moliner. Porque es muy fácil definir un objeto, pero lo que es difícil es definir un estado de ánimo o una particularidad del ser. Pues bien, María Moliner lo hizo con todas las palabras del idioma. Y aun así, nunca fue admitida en la Real Academia Española. Un caso clamoroso de machismo.

Pero si hablo hoy de María Moliner es por esa obsesión actual de criticar el diccionario como un depósito de vocablos humillantes y machistas. Pero es que la lengua que recoge ese diccionario -el de la Academia o el de María Moliner- es un depósito de vocablos, muchos de ellos humillantes y retrógrados. Y la misión de los lexicógrafos no es corregir el lenguaje, sino registrarlo en los usos que ha recibido a lo largo del tiempo, por vergonzosos que hayan sido. ¿O es que alguien cree que a María Moliner no le molestó recoger la acepción de "mujer pública" como prostituta? Pero estaba obligada a hacerlo, le gustase o no. O sea que, por favor, no critiquemos el diccionario, sino procuremos usar las palabras para que no vuelvan a ser humillantes. Eso, sólo eso.

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