la tribuna

Gumersindo Ruiz

La desigualdad injusta

EL cambio constitucional en España para recoger explícitamente un límite al déficit público, aunque es en sí algo razonable y justificable en los momentos actuales, abre la discusión a otras cuestiones. Decir que se limita el déficit puede interpretarse como un recorte del gasto, y esto afectará posiblemente a los que hasta ahora sufren más la crisis; pero también pueden aumentarse los impuestos a los que más tienen, gestionar mejor el gasto público e intentar así tener las cuentas en orden.

La discusión sobre cómo debe contribuir cada uno a la salida de la crisis ha dado un giro sorprendente ante las declaraciones de algunas personas muy ricas a favor de pagar más. El inversor Warren Buffet ha puesto como referencia rentas de más de 1 millón de dólares, y en Francia Liliane Bettencourtt, la heredera de Oreal, y Maurice Lévy, presidente de la Asociación Francesa de Empresas Privadas, apoyan la propuesta de aumentar temporalmente la imposición a rentas del trabajo superiores a 500.000 euros, así como a determinadas rentas del capital. "Nunca pensé -decía en una entrevista hace unos días- encontrarme alguna vez diciendo esto, pero en estas circunstancias creo que debo aumentar mi contribución impositiva".

Los razonamientos económicos pasan a un segundo plano, porque no se puede argumentar que mayores impuestos vayan a reducir el consumo o a desanimar la actividad empresarial; esa relación entre la acumulación, la inversión y la generación de empleo hace ya tiempo que no se la cree nadie, y a determinados niveles de riqueza se está en otra dimensión de motivación y pautas de comportamiento. Estamos viendo cómo algunas empresas de bienes de consumo corriente luchan desesperadamente por sobrevivir, mientras las marcas de productos de lujo disparan sus ventas y beneficios por todo el planeta. Es obvio que una parte de la sociedad y sus niveles de consumo no se han visto, ni se verá, afectada por la crisis.

No descubrimos nada nuevo al decir que la desigualdad es un hecho en la vida, que se tolera cuando se identifica con los resultados del esfuerzo y trabajo personal, o con una cualidad que distingue a una persona. Se aceptan desigualdades que tienen su origen en las oportunidades que encuentra alguien en un momento de su vida, la suerte, o la posición familiar. Pero la crisis está poniendo de relieve que la vida es manifiestamente injusta para mucha gente, demasiado injusta, porque se percibe que algunas desigualdades irritantes no responden al trabajo, ni a cualidades personales, y que la economía tal como realmente funciona no ofrece oportunidades, asunción de responsabilidades en las empresas, y remuneración en correspondencia con la capacidad y el esfuerzo. El discurso de la austeridad y los valores que ahora se tratan de rescatar son un insulto para muchos de los que se asoman día a día a una injusta vida cotidiana.

Estos razonamientos no son nuevos. John Ruskin, el crítico de arte y filósofo social inglés, decía que la acumulación de riqueza es un don, ya sea por posición familiar o por las cualidades de sagacidad, saber aprovechas las oportunidades, tenacidad, que una persona tiene. Pero con ello viene asociada una exigencia moral hacia la sociedad, de manera que en vez de convertirse en una capacidad para la concentración ilimitada de riqueza y poder, se emplee en procurar el bienestar de los demás. Por otra parte, el crecimiento por el crecimiento no ha sido algo consustancial al pensamiento social hasta hace poco. Pensadores que hoy son clásicos en economía no separaban la distribución de cómo se distribuía, y consideraban que un estado estacionario en cuanto a las condiciones del capital y de la mano de obra que se podía emplear no implicaba un estado estacionario en cuanto al progreso de la humanidad.

Volviendo a nuestro punto de partida, la reforma constitucional despierta recelos populares porque el discurso va en una única dirección: complacer a los mercados, austeridad y una reducción indiscriminada del gasto público. La gente quiere ampliar el debate y pasar de lo que es un principio constitucional a la práctica y la concreción de quién sufre y paga la crisis. Y en esto encontramos inspiración en la obra tantas veces citada La idea de justicia, del premio Nobel de Economía Amartya Sen, quien prefiere evitar las grandes declaraciones y principios abstractos, las construcciones ideales bajo las que se supone hemos de vivir, e identificar y dar soluciones a situaciones concretas de desigualdad e injusticia dentro de la compleja y paradójica sociedad actual.

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