No digo que el espectáculo del parlamento catalán no deba poner en marcha por fin a Mariano Rajoy y a las instituciones del Estado. Por supuesto. Pero añado que, personalmente, lo que vi y lo que oí me ha convencido de que el verdadero peligro es la dependencia de Cataluña. ¿En qué manos quedaría, si la dejamos sola?

Pienso en los muchos y muy buenos amigos catalanes que he tenido la suerte de tratar. ¿Cómo darles la espalda y dejarles con esos nacionalistas de tan burdo comportamiento? Lo que te pide el cuerpo, sin duda, es independizarte de los independentistas, pero ya, a marchas forzadas. No compartir con ellos ni el carnet de identidad, ni la soberanía ni el sufragio universal. "Bueno, pues molt bé, pues adiós", es lo primero que te sale viéndolos en directo. Hasta que uno se acuerda de sus amigos.

Y de aquellos que he leído. Entre los autores a los que más quiero y a los que vuelvo y a los que nunca podré pagar mi deuda de gratitud, se cuentan Eugenio d'Ors, Josep Pla y Carlos Pujol, que eran los tres catalanes, catalanísimos y que me gustan tanto, además de por sus talentos respectivos, por el encanto que siempre he percibido en lo catalán.

También pienso en los paisajes, en el museo nacional (nacional de España, será, porque hay muchas obras de Aragón) llamado MNAC, que es una joya, en mis paseos por Barcelona, en librerías míticas, en platos deliciosos, pienso en todo, y me sorprende ver hasta qué punto Cataluña, a la que siempre consideré autónoma y madura, depende de nosotros, de la solidaridad del resto de España, para no tirarse por un barranco idiota de cutrez cateta.

No hablo hoy de acción política y policial poderosa que pediré a partir de mañana otra vez, por supuesto. Hablo de una dependencia vivida, sentida, intelectual, íntima. Digo que la Cataluña auténtica pende del hilo de nuestra memoria y de nuestra admiración y que no podemos permitir que ninguna parca ridícula corte ese hilo. Hasta ahora, jamás pensé que Cataluña, con lo que era, con lo que ha sido, con lo que fue, con lo que es, Cataluña, fuese a necesitar de mi vínculo sentimental, pero así la están dejando. Cuando le preguntaron a Thomas Mann qué sentía al exiliarse de Alemania (huyendo de los nazis), contestó que con él iba Alemania. Yo no soy Thomas Mann, pero conmigo, dentro, imborrable, va siempre una Cataluña que los nacionalistas no pueden ni rozar ni entender ni arrebatarnos.

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