Desde saturno

Jorge Bezares

La cueva de Ali Babá

UNA cosa es que los casos de corrupción parezca que no afectan al PP electoralmente -los últimos comicios europeos son un buen ejemplo de lo poco o nada que desmovilizan a sus votantes- y otra bien distinta es la inacción de Mariano Rajoy ante el 'caso Gürtel'. Después de cargar contra el juez Garzón y la Fiscalía con artillería pesada con escaso éxito y sin ninguna razón, el líder de los populares ha puesto precio al cohecho en la huida hacia adelante que ha emprendido: "Nadie se vende por cuatro trajes". Dicho esto, cabe preguntarle: ¿Por cuántos trajes se puede vender un dirigente popular? Quizás por cinco trajes. ¿Cuánto vale el cohecho para el PP? Quizás un atraco a mano armada con un notario certificándolo.

Con su tesorero, Luis Bárcenas, Rajoy ha optado por aferrarse a la presunción de inocencia como a un clavo ardiendo, a pesar de que el mismísimo Tribunal Supremo aprecia indicios claros de delito, y no ha sido capaz de enseñarle la puerta de salida a lo redondo de la calle Génova.

A estas alturas y más allá de las imputaciones que pesan sobre Camps y Bárcenas, resulta evidente que la trama de Francisco Correa se alimentó y creció en Madrid y la Comunidad Valenciana gracias a la cobertura delictiva que le brindaron destacados cargos púbicos del PP. Algunos de ellos, por cierto, continúan sentados en instituciones municipales, regionales y nacionales con sus correspondientes actas de representantes de la soberanía popular (de pueblo) como si no hubiera pasado nada. "Nadie se vende por 100.000 euros", deben pensar.

Lo más terrorífico de todo es que Rajoy, al negar lo evidente y al confiar en una sentencia absolutoria amiga (vaya broma lo de los jueces acólitos de unos y otros), está dando alas a las manzanas podridas que aún quedan en el cesto del PP -todos los partidos tienen su particular cesto de manzanas podridas- y que, en vez de recibir una seria advertencia ante posibles mangancias, pueden estar percibiendo un mensaje de aliento para seguir enriqueciéndose mordida a mordida con el apoyo del partido. Ese 'no pasa nada' es absolutamente demoledor no sólo para el PP sino también para nuestra democracia.

Hace pocos años, un destacado dirigente nacional del PP me explicó muy convencido que la lucha contra la corrupción era muy peligrosa porque se corría el riesgo de perturbar la bonanza inmobiliaria, motor indiscutible entonces del crecimiento de la economía española. Ahora que el sector del ladrillo se ha venido abajo y ya apenas se pagan comisiones, sería quizás un bien momento para que Rajoy y los suyos se tomaran más en serio esta lacra social que amenaza siempre con convertir nuestra democracia en una inmensa cueva de Ali Babá.

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