ESTE año que se despidió hace unos días no ha sido precisamente el mejor de los mejores, sobre todo si tenemos que atenernos a los datos que nos revelan el estado de las cosas, muy poco propicias, para ser sinceros, para el optimismo.

El paro, para mi sorpresa, subió en el Campo de Gibraltar. El peaje que debemos pagar por convertirnos en una zona de altísima implantación industrial, con los efectos que en la calidad de vida conlleva, no está recibiendo su justa compensación. Soportamos los vertidos al mar y al aire, sacrificamos el entorno natural, nos creemos que a más industrias más trabajo y ahora nos encontramos que seguimos con las tasas de desempleo más alta de este país. Aquellos que nos gobiernan aún defienden la idea de que hay metros cuadrados libres en los polígonos para construir otra factoría y si no los hay, pues miramos al otro lado y sin pudor las levantamos a los pies de nuestras reservas naturales. La justificación siempre es la misma pero los resultados son desalentadores.

Este año que se marchó tampoco nos trajo buenas noticias en el terreno ambiental. Escapes y accidentes siempre dudosos desde las chimeneas de nuestro entorno, vertidos al mar de toneladas de residuos de nuestras ciudades y un tráfico marítimo intenso y muy peligroso para la salud de nuestras costas, ya seriamente castigadas por el chapapote de los buques encallados o semihundidos. La urgencia de un posicionamiento unitario y de la adopción de medidas excepcionales para controlar ese tráfico no parece tal para nuestras autoridades que hacen valer sus intereses políticos sobre los generales.

A este panorama sumen el deficiente estado de nuestras comunicaciones, con una A-7 asfixiada por un tráfico cada vez más exigente y una N-340 entre Algeciras y Tarifa que tiembla cada vez que llega el verano y añadan a todo ello los síntomas de una mayor inseguridad, con la novedad de los atracos a domicilios particulares y, en otro plano, una guerra sin cuartel de los partidos políticos que incluso pone en solfa los propios principios de la equidad y de los elementos más básicos de la democracia, con una judicialización galopante de la política y unas evidencias de prácticas irregulares que merman seriamente la credibilidad que deberíamos tener en nuestros gobernantes. A pesar de ello, no es menos cierto que podría regalarles los oídos con el cuento de la lechera, pero no se preocupen, para ello ya están otros que se los tendrán bien ocupados en las próximas semanas.

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