La tribuna

Jabo H. Pizarroso / Editor

La "crisis Ninja"

SI nombramos las cosas lo hacemos para apropiarnos de ellas y para sofocar su poder, o aliarnos con ellas, entre otras muchas razones inherentes al hecho del nombrar, al lenguaje mismo. El ser humano supera su condición de Mowgly (el personaje de El libro de la selva) en el mundo mediante el lenguaje. Y al nombrar, como explicó en un libro hace años Mikel Azurmendi, embrujamos también el mundo y los fenómenos que nos rodean. Éstos se detienen al ser nombrados, y lo hacen desde el presente atemporal de su definición. Y así podemos proceder al análisis y al diagnóstico de los fenómenos y las cosas como si estuviéramos detectando elementos invisibles en una fotografía latente. Vivimos gracias al lenguaje y nuestra supervivencia depende de muchas cosas, pero la fundamental es ésta, el lenguaje, y el nombrar es su arma.

El fenómeno global nombrado como "crisis económica" parte, como no podía ser de otra manera, de estos planteamientos. Pero ocurre que la terminología utilizada, la palabra "crisis", se ha quedado obsoleta. En otras palabras, el término crisis tiene unas cuantas tallas menos que el cuerpo del fenómeno al que nombra. Algunos economistas y politólogos norteamericanos han empezado a nombrar "la cosa" de otra manera. Y se empieza a hablar de "reestructuración" del sistema sobre el que descansan nuestras sociedades. El diccionario de la RAE define la palabra crisis como "cambio brusco en una enfermedad, ya sea para mejora o desmejora del paciente, y como mutación en el desarrollo de un proceso". Y en cuanto a la palabra reestructuración aparece la siguiente entrada: "Acción y efecto de modificar la estructura de una obra, disposición, empresa, proyecto, organización". Sigo diccionario en mano y me acerco a la palabra "estructura", tan en boga en los últimos decenios del siglo XX. La RAE la define así: "Distribución de las partes del cuerpo o de otra cosa".

Ajustar la palabra adecuada al fenómeno real es vital. Los escritores pierden gran parte de su vida y de sus horas de sueño en esa búsqueda. Sin ese esfuerzo su trabajo no llega a ningún sitio. El sustantivo que representa el fenómeno y el adjetivo que lo matiza de manera exacta. De otra manera se hace imposible la transmisión de conocimiento. Y en el caso de la crisis que nos ocupa, el mundo y sus dirigentes, léase G-20, están actuando como un escritor novel. Incapaces de nombrar con transparencia vocabularia el fenómeno económico que azota el mundo, se reúnen para dar vueltas en torno a un epicentro palpable pero alejado de todo y en constante expansión que todavía no tiene el cascabel de una palabra que lo defina en plenitud. Y como buenos niños todos sabemos que alguien debe siempre poner el cascabel al gato.

Me quedo en los psicoanálisis de los cuentos de hadas y los mestizos con los impulsos que llegaron desde las acepciones encontradas en el diccionario. Reestructuración: redistribución de las partes del cuerpo o de otra cosa. Puede ser. Si como afirmaba Aristóteles el 50% de la solución a un problema está en el dibujo concreto del planteamiento de ese problema, el principio del fin de la "crisis" está en el encuentro de una palabra que dibuje en su totalidad el fenómeno al que no acabamos por acercarnos con la palabra "crisis". Cuando el nombrar pierde su ligazón o equivoca el camino que nos lleva hasta el fenómeno nombrado, éste campa a sus anchas y engorda y muta como un virus sin control. En esas estamos. Llenando cuadernos de palabras no definitorias que no acaban por embrujar y neutralizar a la cosa esta que duele en los bolsillos y que agota el futuro.

No olvidamos tampoco que cada palabra parte también de una convención asumida por todos. Y si llamamos árbol a esa cosa con ramas es porque todos acordamos llamarlo así. Llegar a la palabra exacta que defina esta convulsión mundial será el primer paso para poder afrontar las soluciones necesarias. El conocimiento abusivo de la situación en la que el mundo está empantanado, el conocimiento surgido a partir del lenguaje definitorio y exacto es el primer paso a dar, y ese conocimiento certero traerá consigo la legitimidad de su convención y de su aceptación por todos, y lo más necesario: una solución. Yo, con el permiso de Leopoldo Abadía, me quedó con "crisis Ninja", que, aunque redundante, nos deja en el paladar el sabor del vino de un sustantivo adjetivado que completa a la palabra crisis. Ninja, aparte de ser un acrónimo, es también un mercenario que surge en el Japón del siglo XV, y que ha sido entrenado en formas no ortodoxas de hacer la guerra, entre las que se incluye el asesinato, el espionaje, el sabotaje, la guerra de guerrillas, con el fin de acabar con el enemigo y desestabilizar sus tropas. La guerra, en este caso la economía, se nutre de los NINJA del acrónimo, pero parece que no se lleva muy bien con ese otro tipo de NINJAS. Los G-20 ya saben de sobra quién es el gato. Y tienen cascabel. Pero no saben cómo ponérselo.

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