Ad Hoc

Manuel Sánchez Ledesma

Las cosas bien hechas

DADA la aleatoriedad de las fechas de los otros ritos ceremoniales capaces de completar el aforo de los templos católicos (bodas, bautizos y, sobre todo, funerales), es el mes de Mayo el que, por mor de las primeras comuniones, más gentío concentra en las parroquias. En razón de la escasez de la concurrencia habitual, la Iglesia no es precisamente exigente a la hora de ceder sus instalaciones para que cientos de familias utilicen el sacramento de la Eucaristía como pretexto para celebrar un ágape que cada día se asemeja más a la versión infantil de una boda (de un solo contrayente). Cierto es que las autoridades eclesiásticas obligan a los niños a dos años de catequesis para aprender el ideario católico y que a ninguna edad mejor que a los nueve años puede resultar remotamente verosímil un fenómeno tan portentoso como la transustanciación, pero aún así da la impresión de que los niños se regocijan más con los regalos terrenales (videoconsolas, móviles, equipaciones de fútbol...) que con ese intangible obsequio (el propio Jesucristo) que obtienen en la comunión.

Este año he tenido que asistir a una Primera Comunión celebrada en la capilla del Colegio Montecalpe. De entrada y por contraste, me sorprendió la perfecta organización del acto, la seriedad con que los responsables de la ceremonia se tomaban el que para sus alumnos va a ser un momento trascendental de la vida. En consonancia con esa trascendencia, consiguen una atmósfera de solemnidad que emociona, hasta a quienes -como es mi caso- somos más proclives a pensar que no existe ningún dios. Los niños son el centro de atención de la ceremonia y son tratados con cariño y familiaridad por el oficiante, los padres participan activamente en las diversas partes del culto y el resto del público, convenientemente aleccionados por el maestro de ceremonias (nada de fotos, nada de móviles, etc.) asiste con respeto y recogimiento a una hermosa misa adornada por los cánticos de un coro y que finaliza con un himno litúrgico entonado por los recién comulgados ¡en latín¡ Nada que ver con otras comuniones donde la iglesia ejerce más de pasarela de moda que de templo de culto y donde el alboroto es tan grande que uno no puede menos que recordar la frase de Lola Flores respecto al guirigay que se armó en la boda de su hija: "¡Si me queréis, irse!" El anónimo autor del Arte de tocar las castañuelas empezaba el prólogo de su tratado con esta ejemplar declaración: "No hace ninguna falta tocar las castañuelas, pero en caso de tocarlas, más vale tocarlas bien que tocarlas mal". Pues eso... ¡las cosas bien hechas!

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios