Tengo para mí que de todos los espectáculos que se pueden ver en el país, sólo quedan dos en los que realmente pueden pasar cosas inesperadas, las corridas de toros y el circo. Todo los demás están sometidos a toda clase de seguridades, "enlatamientos" y efectos especiales que se han previsto de antemano. Si quieren ver a un tipo con la cara verde, fíjense en el torero mordiendo la esclavina del capote, esperando la salida de la fiera. Contemplen un cuerpo humano en total tensión, en el instante en que el trapecista salta al vacío, para cogerse de las muñecas del porteador. Ambos artistas están en un auténtico momento de la verdad, lo que los cursis llaman del no retorno. En el circo tradicional, antes del número se nos advertía de que podía peligrar la vida del artista. En las corridas es tan obvio que ni lo dicen. Siempre me ha gustado el circo. Para mí tiene algo de mágico el que en un solar, aparezca una mañana una carpa gigante, con todo un mundo de ilusión debajo. En el archivo de mi memoria está el recuerdo de un olor diferente, compuesto de serrín, polvo, sudor y excremento de animales: el olor del circo. Le acompaña una banda sonora de fanfarria, redobles de tambor, restallar de látigo y risas. Me gustaba llevar al circo a mis hijos. Una vez, estábamos viendo un número en que un equilibrista oscilaba con los pies en una tabla que deslizaba con habilidad, sobre un cilindro. La tensión fue in crecendo porque fue añadiendo cada vez más cilindros y tablas. En el momento del más difícil todavía, resbaló y se pegó un buen golpe contra el suelo. Mi santa, susurró que se había hecho daño, pero yo tiré de mi experiencia circense y le advertí que simplemente era un truco que los artistas hacían, para darle más valor al número final, pero ¡ay!, el inapelable ojo clínico de mi santa, había acertado una vez más. El jefe de pista preguntó azorado, si había algún médico en la sala.

He estado viendo en Madrid "Totem", el montaje del Cirque du Soleil. Durante dos horas, se desarrolla ante ti un derroche de imaginación y creatividad. Una carpa climatizada, la perfecta organización y las nuevas tecnologías en luz y sonido, te transportan a un mundo mágico. Puedes ver una estructura gigante subiendo al techo llena de acróbatas, el fondo de la pista convertido en mar, al que un payaso quita el tapón y se vacía y los mejores artistas del mundo, ejecutando números originales. Ya había visto montajes anteriores y esta vez, se han superado. Cuando salía al frío de la Casa de Campo, eché de menos el olor añorado y comprendí que el inocente Circo de mi niñez, ya no volvería.

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