La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

¿Se cargará Pablo Podemos?

Pablo sobrevalora la capacidad de Podemos para transformar la política y sobrevalora más su propia capacidad como líder

Sus malos resultados en las elecciones catalanas materializan y concretan el declive de Podemos. Hace un año aún pretendía ser la alternativa al PP -y al régimen del 78, si me apuran- y ahora parece destinada a ser la cuarta fuerza política del país. No sólo se ha alejado de dar el sorpasso al PSOE, es que Ciudadanos se lo ha dado a ellos (en las encuestas, ciertamente). Pablo Iglesias resulta ser el líder peor valorado. Incluso ya es cuestionado entre sus votantes.

El principal responsable de que el partido de Pablo Iglesias esté cayendo en picado es Pablo Iglesias. Desde que decidió apartar a todos los fundadores de Podemos que le salieron respondones (notablemente Íñigo Errejón, pero también Bescansa, Alegre, el reconvertido en dócil Echenique), no ha hecho más que equivocarse. Ha dilapidado cuidadosamente todo el potencial, la energía y la carga subversiva de la indignación del 15-M, trocando a Podemos en un partido convencional, de ideología confusa y estrategia errática y absolutamente burocratizado y jerárquico.

Un liderazgo tan inflamado y asfixiante sólo es aceptable en términos de grupo cuando el líder carismático acierta en su conducción. No es el caso. El muchacho -Pablo Iglesias- no tiene abuela. Lleva años sobrevalorando la capacidad real de Podemos para convertir la indignación social por la crisis y la corrupción en un movimiento político transformador y, sobre todo, sobrevalorando su propia capacidad como líder para analizar la realidad y señalar el camino para cambiarla. Así no se asaltan los cielos, se besan los suelos.

Sin ser exhaustivos, ahí van algunos de sus más llamativos errores de diagnóstico y recetario. En 2016 boicoteó la posibilidad de pactar con PSOE y Ciudadanos un programa moderadamente reformista que, al menos, habría desalojado a la derecha del poder. También se cubrió de gloria aliándose con Izquierda Unida en base a la quimérica creencia de que la alianza sumaría los votos de unos y otros, y ocurrió lo contrario. Preso de la convicción de que el Régimen del 78 estaba a punto de caer, ha sido complaciente con los separatistas catalanes (recurrió el 155, trata a los Puigdemont y compañía como presos políticos) y cómplice del partido más corrupto de España. Todo le valía para acabar con la democracia burguesa.

En un improbable ejercicio de sinceridad, Pablo podría decirle a sus menguados incondicionales: "Ya somos todo aquello que odiábamos hace diez años". O casi.

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