Nunca creí que una caja podría ofrecer tanto consuelo. Una caja de apenas 25x19cm y no más alta de cuatro dedos. De color verde suave que antes guardó una colonia y una loción para después del afeitado; inconfundible su agua fresca con olor a bosque, a musgo y a madera, con un agradable y sugestivo aroma masculino que tantas veces despertó infinitas sensaciones en mi olfato.

Un olor que hace ocho años quedó frenado en seco y que poco a poco se ha ido evaporando de cada rincón de la guarida, y que por mucho que hunda mi cara en la única camisa de hilo que conservo, no puedo rescatarlo. Es por eso que alguna vez que otra, cuando voy a los pasillos de colonias de algún establecimiento, busco el probador y rocío mi muñeca con su aroma y mientras espero en la caja a que me toque mi turno disimulo manteniéndome firme en la fila, como cuando niña en el colegio, mientras el recuerdo se mete por los pequeños orificios y lo invade todo. Y es que no hablo de cualquier aroma ni de cualquier caja. Te hablo de su aroma y su caja. Bueno, mejor sería decir: te hablo de su aroma y nuestra caja.

Con lo que este pequeño compartimento guarda sería suficiente para contarte una parte crucial de mi historia. No siempre encuentro la fuerza para abrirla como tampoco siempre la tengo para ir al pasillo de las colonias. Pero con el paso del tiempo el contenido de la caja se ha ido transformando y ahora es más mágica que dolorosa y cada recuerdo que contiene me saca antes una sonrisa que una lágrima.

El programa del último Festival Internacional de Música de Jimena; un plano de la ciudad de Lisboa o de Vejer de la Frontera; cartas escritas a mano, con sobre y sello, enviadas a casa aunque siempre vivimos en el mismo pueblo pero sabía lo que las cartas me gustaban; numerosas facturas de hoteles y casas rurales de lugares bellísimos; billetes de tren del último diciembre en Granada; notas, muchas notas, que me fue dejando en diversos lugares a lo largo de los años; entradas de conciertos inolvidables: Franco Battiato, Sting, The Cranberries, El último de la Fila, Mariza, U2…

Una caja que para cualquier otra persona no tendría valor ninguno, porque en sí no es el valor del papel sino el de la historia que cada papel guarda y que solo Luciano y yo conocíamos.

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