Cuando Dios consideró inaceptable el grado de corrupción al que había llegado la humanidad (iluso él, que no imaginaba la que faltaba por venir), decidió "resetearla" con el diluvio universal. Tras insuflarle unos mínimos conocimientos de ingeniería naval, ordenó al ya talludito Noé (600 años) que construyese una casa flotante. El antediluviano patriarca se afanó en la tarea y en un tiempo record (que quizá le legitime como el antecedente más remoto de Ikea) tuvo a punto su célebre arca de madera.

Cuando Noé observó que el cielo se encapotaba metió en su prototipo de trasatlántico a toda su familia (esposa, hijos y nueras, en total 8 humanos) y en un gesto de sagacidad biológica, parejas (macho y hembra) de todos los animales existentes en la época. Obviamente, la paridad sexual elegida por Noé venía justificada por la extenuante actividad reproductiva que, al objeto de compensar la aniquilación divina, aguardaba a los "pasajeros" de la nave una vez hubiese escampado. Desde entonces, la estricta igualdad de sexos había quedado restringida a los parques zoológicos y a los grupos de danzas regionales. Sin embargo, con el argumento de eliminar la discriminación hacia la mujer, se está convirtiendo hoy en día en condición sine qua non para cualquier colectivo que busque la respetabilidad social y política.

La paridad de hombres y mujeres en las listas electorales son un buen ejemplo de esta tendencia y alcanza su máxima expresión en las llamadas "listas cremallera". La pega de este loable propósito de homologación de sexos en la política es que se corre el peligro de primar una cuestión accesoria -el género- sobre la principal, esto es, la capacitación intelectual y ética de la personas para los cargos a los que se presentan. A poco que se reflexione, se caerá en la cuenta de que en un futuro cercano las mujeres no solo igualarán sino que superarán a los hombres en las listas electorales y en otros muchos ámbitos laborales y sociales. No será necesario que ningún condescendiente varón las introduzca por la puerta de atrás, ellas mismas entrarán (eso sí, abriéndolas con un elegante puntapié de sus zapatos de tacón) por la puerta principal, aquella por la que solo accede la gente mejor preparada. Las mujeres universitarias sobrepasan en número a los hombres y sus expedientes académicos son estadísticamente mejores. ¿No sería para ellas una deshonra sentirse como floreros decorativos que ocupan un puesto por el denigrante hecho de cumplir con una absurda cuota? Mientras no se demuestre lo contrario, la paridad de sexos solo favorece (como bien intuyó Noé) la procreación de las especies y ese, al menos en principio, no es un objetivo que se contemple en las convocatorias electorales.

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