UN cuarenta por ciento de los candidatos del Partido Popular andaluz a las elecciones autonómicas y generales son alcaldes o concejales de sus respectivos municipios. Nada hay que objetar, salvo que el dato revela un sustancial cambio de opinión de quien ha tenido la palabra decisoria en la elaboración de las listas populares.

Javier Arenas, en efecto, volvió a la política andaluza tras la derrota de 2004 con la idea de incompatibilizar a sus cargos públicos. Zapatero (profesional del arreglo de zapatos, no presidente del Gobierno), a tus zapatos, o alcalde, a tu Ayuntamiento, y diputado, a tu Parlamento. No estaba mal vista la cuestión: si se acumulan varios puestos, lo más normal es que termine por no ejercerse bien alguno de ellos, o todos. La política tomada con pasión exige volcar tiempo, esfuerzo y energía en una sola dedicación.

Cuatro años después, sin embargo, en el PP-A se ha impuesto otra visión de las cosas que tampoco es descabellada, a saber, que en la posición de desventaja de la que parten los populares en Andalucía -desde hace treinta años, que se dice pronto- se necesita llenar las candidaturas con militantes que hayan demostrado capacidad de triunfo en otras contiendas. Y ahí es donde se justifica la presencia de alcaldes imbatibles en sus feudos. ¿Que luego, una vez logrados sus escaños, llevan una vida parlamentaria puramente vegetativa, a base de votar lo que le digan cuando les toque y poco más? Bueno, pero el escaño está a buen recaudo, y nuestro sistema político no obliga a los diputados electos a dar cuenta de la gestión a los votantes de su circunscripción.

No es el único cambio de planes del candidato Arenas en su tercer intento de desbancar a Chaves de la Junta. Agotado de enfrentarse al PSOE hegemónico con sus solas fuerzas orgánicas, se ha llevado varios años apelando a la sociedad civil y promoviendo una plataforma de profesionales independientes en favor del cambio político. A la hora de la verdad, que es la hora de elaborar las listas, los independientes se han esfumado. No creo que ellos se hayan negado. Conozco, por el contrario, alguno que ha estado lampando por figurar en las candidaturas. Más bien Javier Arenas se ha encontrado con un obstáculo bien previsible: cada independiente colocado en una lista significan varios militantes cabreados. Y ha optado por lo más seguro.

En el PSOE no tienen estas dudas. Después de muchos años de trufar las listas de alcaldes en ejercicio -parlamentarios silentes casi todos-, ha optado por prohibírselo en los estatutos. En cuanto a los independientes, es francamente difícil que después de tres décadas de poder continuado un partido resulte atractivo para quien no dependa de él, en lo ideológico o en lo material.

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