Cuando se habla de la intimidad de las personas, se suele acudir al viejo tópico policiaco de que todo el mundo guarda un muerto en su armario. En efecto, por muy recatada y recoleta que sea la vida de alguien, siempre encontrará, haciendo un examen de conciencia sin hacerse trampas a sí mismo, algún episodio bochornoso que desearía borrar de su memoria, alguna desgraciada circunstancia en la que se vio implicado de grado, o por fuerza. Nadie resiste la observación bajo el microscopio, de los medios de comunicación. Un problema añadido, es que antes, el hallazgo vergonzoso, afectaba al que lo descubría y a su círculo de influencia, pero ¡ay! ahora los microscopios, han ganado en precisión. Los hay electrónicos de barrido, ópticos, simples, de luz ultravioleta, de fluorescencia, petrográficos, de campo oscuro, de contraste de fases y de luz polarizada. Nadie está a cubierto. Para colmo, luego están las redes sociales que acaban la faena. Este es un extraño tiempo, en que la gente se atropella para lanzar la primera piedra.

Eso le ha pasado a la reina Leticia, con el famoso desplante de Palma, a su suegra. Incomprensible, porque ella como periodista, sabe las consecuencia que trae un resbalón de ese calibre, ante los medios. Su padre Jesús Ortiz, que fue uno de mis profesores y es uno de los mejores especialistas españoles en comunicación, se habrá comido de sus carnes, ante el impropio numerito. En casa del herrero…… El asunto merece una reflexión, más allá de si afecta tal minucia, al futuro de la monarquía española. Mi abuela tenía un refrán que viene al dedo del suceso: Suegra y nuera: pellizco y fuera. Aunque ciñan cabezas coronadas, sus peripecias familiares son como las de los demás mortales. Aquí viene de escándalo, aquello de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio. A menos que creamos, que un rey sólo está para vestir galanamente en los desfiles y actos diplomáticos, tengo para mí que la alegría que le entró a este país porque el príncipe siguiera el dictado de su corazón y se casara con una plebeya, era porque queríamos tener a mano una cabeza de turco, para despacharnos a gusto.

Por cierto, vi la entrevista del periodista más sesgado que la torre de Pisa, Jordi Évole a Felipe González que dejó una frase para enmarcar: "Puigdemont no es un exiliado, sino el capitán del Concordia". El que tuvo, retuvo y guardó para la vejez.

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