Relatos de Verano

Turismo de interior

Quien no puede viajar de otra manera recurre a primitivos medios de transporte: una hamaca al fresco o una buena mecedora. La memoria, los sueños, las visiones, la fantasía, el cine, los libros nos saben llevar lejos. 

En el primer viaje que hice en la vida, el tren descarriló. Las lluvias torrenciales convirtieron la vía en río. Encallamos en un inmenso charco. Fue un accidente grande. Yo era intensamente niña, no me habían salido aún los miedos de leche. Iba en brazos de mi madre. Viajábamos solas. Sólo recuerdo a hombres lavándose las manos en la lluvia.

Mi madre y yo no llegamos al destino. Nos cruzaron el charco y la noche y nos regresaron no sé cómo al pueblo. Desde entonces no he dejado de viajar sin pasaporte. Así:

1. Maniobras militares en el Sahara

Una estría en la barriga de mi padre me abrió la puerta a un nuevo mundo. "Esto de aquí, papaíto, ¿cómo te lo has hecho?". "Luchando contra un tigre en el desierto del Sahara", me explicó. Uf, eso le tuvo que doler. Pero nunca se quejó, ni siquiera con los nublos ni al volver de la aceituna, sólo cuando yo le preguntaba. "¿Te sigue doliendo el zarpazo, papaíto?". "Mucho, mucho…". A partir de entonces puse rumbo a Sidi Ifni. Pasé la infancia haciendo la instrucción militar en El Aaiún, en helicópteros. Después me enrolé en la Legión, no sé si antes o después de ser Fátima y hacerme un té en la jaima. Conservo fotos de entonces. En una estoy con la gorra de la mili de mi padre, haciendo el saludo, firme, pero sin dejar de mirar de reojo al pasillo de mi casa: hay que estar prevenida, nunca se sabe cuándo el tigre va a aparecer.

2. Noche en los jardines

Todo jardín remite a otro jardín. Los patios son jardines en secreto. El júpiter, el jazmín real, la buganvilla del patio de mi amante, me devuelven al patio primero -flor de celindo, níspero, limonero, mimosas- donde de niña soñé este otro. Sueño y memoria a la vez. Meto los pies en el agua clara de la fuente redonda del centro, cierro los ojos: viajo en círculo de éste a aquel jardín, de aquél a éste. No existe el tiempo.

3. La cristiana cautiva

Como se le perdió el péndulo, encuentra el agua con las llaves. Mi padre es el zahorí más bruto de estos pagos. Una vez se le partió la vara, de la energía que traía la corriente de agua subterránea. La sierra caliza está hueca, debajo hay ríos, por eso rompe en aguas. Los manantiales son el punto de contacto entre dentro y fuera. En la fuente que llaman de "Astildoro" hablo con el moro del siglo IX que habita bajo esta tierra. "Benamazor, yo era tu favorita, ¿por qué me mataste con la azada del astil de oro?", le pregunto por el caño. "No te maté, sólo te tengo encerrada ahí fuera", responde con voz honda. A los muertos cautivos les consuela creer que están libres y vivos.

4. Rewind

En algún momento, en Sidi Mokhtar, el viento arrebatará, levanta, estremeció, el chador de una hermosa mujer.

5. La guerra

Cuando no puedo dormirme, imagino que salto la tapia del campo de concentración. El tío Luis estuvo preso en Mauthausen. Como el resto de sus compatriotas, fue etiquetado con toda la saña que cabe en el oxímoron "apátrida español". Logró escapar con un brigadista norteamericano. Saltaron la tapia. Me lo contaba, y yo imaginaba al brigadista y a mi tío, con una pértiga, a lo Burt Lancaster y el mudo, haciendo cabriolas por el aire, riendo campo a través, llegando a Argelia, construyendo allí su feliz granja de pied noir. El abuelo estuvo preso en el campo de concentración de Torremolinos. "Me mandaron allí a pasar las vacaciones", me decía. ¡Qué divertido! De pequeña siempre quise ir a algún parque temático fascista. Ahora, que estalló la Tercera, cuando no puedo dormirme, imagino que salto la tapia del campo de concentración.

6. Historias que la luz completa

A saber lo que hacen, cuando llega la noche, las imágenes sacras de la ardiente vidriera. En un antiguo convento franciscano de Argel contemplo, junto al poeta Juan Vicente Piqueras, La Anunciación de vivos colores que preside la cristalera. "Alégrate María", dice el arcángel con una mano al cielo, y en la otra, la enhiesta azucena. Cae la tarde, nos largamos. Por el bulevar, blancas cariátides tienden la ropa. A la mañana siguiente regreso al convento. En la vidriera, la luz ahora ilumina El Nacimiento. En segundo plano, tras la Virgen y el niño, reconozco a San José. La faz del anciano parece sonreír. En una mano porta un hacha; en la otra, la enhiesta azucena. A saber lo que hacen, cuando llega la noche, las imágenes sacras de la ardiente vidriera.

7. Liliputienses

La nueva Cotiledonia, Cavalo Morto, Bersabea, Eusapia, Liliput o Kripton son lugares que no existen. Sin embargo, me habitan.

8. Apártalos Amado

Convento de San Juan de la Cruz, Úbeda. Antes me perdía en la clausura, ahora soy capaz de recorrerlo a ciegas. Los conventos tienen algo de dédalo y secreto. Cualquier recinto acotado se abre en el pecho hasta hacerse mundo. Por la ventana de mi celda entra el campo entero. Los libros, el sueño, las flores del jardín, el silencio, aquí todo me adentra, me abisma. Los monjes son los argonautas. El espacio se amplía en extrañas direcciones. Al final del pasillo está la capilla con las reliquias del santo poeta: dos dedos de su mano derecha. He soñado que tecleaban en mi ordenador: "Voy de vuelo".

9. Estratosfera

En las noches de verano, paseo cogida del brazo de Orión.

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