Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

Trump y la Ford

Trump encarna el culto al dinero, pero su repliegue proteccionista es en el primer desafío contra la globalización neoliberal

Trump gana batallas antes de ocupar la presidencia de Estados Unidos. Su amenaza de imponer aranceles altísimos a quienes opten por trasladar los centros de producción al extranjero ha torcido el pulso a la Ford, que ha anulado una inversión de 1.600 millones de dólares en México. El hecho es, cuando menos, paradójico. Durante las primeras décadas del siglo XX, Henry Ford constituyó un ejemplo de empresario avanzado que presumía de pagar a sus obreros lo suficiente como para poder adquirir uno de los coches que fabricaba y los incluía en el reparto de los beneficios de la sociedad. Un asalariado de la Ford tenía la seguridad de que, si faenaba con responsabilidad, podía jubilarse en la misma empresa; ahora un trabajador eficaz puede cambiar a su pesar diez veces de empleo durante su vida laboral. La inestabilidad es la norma. El fordismo y el keynesianismo, importados a su manera por Europa, se caracterizaban por un pacto entre el capital y el trabajo que propició, a partir de la II Guerra Mundial, un periodo de paz, prosperidad e igualdad de oportunidades sin precedentes. Pero ese capitalismo sólido ha muerto en las últimas décadas y ha sido sustituido por lo que el sociólogo Zigmunt Bauman bautizó como "capitalismo líquido", en el que el dinero se multiplica mientras los derechos laborales desaparecen, la clase media mengua, las desigualdades crecen y los trabajadores conviven con la ansiedad, el temor y los antidepresivos.

Racista, misógino, inculto, Trump encarna la apoteosis del culto al dinero, pero su repliegue proteccionista constituye el primer desafío contra la globalización neoliberal y se produce en la nación que, junto a Inglaterra, le sirvió de cuna. Los estados occidentales pueden tomar nota y entender que, si no limitan el libertinaje del mercado y recuperan el crédito mermado y su poder de seducción sobre los ciudadanos, pondrán en riesgo el sistema, incluido el proyecto de la Unión Europea. Lo han anunciado pensadores como Beck, Sennett o el propio Bauman: "La tarea de construir un orden mejor para reemplazar al viejo y defectuoso no forma parte de ninguna agenda actual." Permitir la deslocalización incontrolada, aumentar algo el nivel de vida de los habitantes de los países pobres o emergentes a costa de hundir el de los del mundo desarrollado, producir allí para vender aquí, conlleva el peligro de que el desafecto popular aumente y al capitalismo sólido lo sustituya un capitalismo altamente inestable y gaseoso.

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