Desde el fénix

José Ramón Del Río

Tradiciones cruentas

ESTE año los encierros de las fiestas de San Fermín han estado de triste actualidad por los accidentes ocurridos, en los que ha habido un muerto. Gracias a la TV y a los vídeos que nos ofrece internet, nunca en su historia esos encierros han sido vistos por mayor número de personas. Sin embargo, frente a esa profusión de imágenes, los comentarios escritos han sido muy escasos. Me pregunto por qué razón, siendo tantos los que escribimos comentarios en la prensa. La novela Fiesta, del americano Hemingway, donde cuenta su experiencia personal, ha sido el altavoz de una celebración que tiene su origen en algo tan natural como es que, cuando no existían plazas de toros, la lidia se realizaba en la plaza mayor del pueblo y las reses tenían que ser conducidas por sus pastores, desde las dehesas, hasta el centro del pueblo. Hoy, desde los corrales hasta la plaza, hay menos de novecientos metros, por los que corren una multitud de mozos, por delante - se supone- de los toros que van a ser lidiados, de los cabestros que los dirigen y del personal de servicio. Al final del recorrido, todo se mezcla y confunde; las caídas de hombres y toros se suceden y se producen atropellos y pisotones, en un revoltijo que en la realidad dura pocos minutos, pero que parece que nunca se va a deshacer.

Pero, claro es, los toros, a los que no les gusta correr porque en el campo lo hacen poco (salvo que su criador les haga correr por una pista preparada al efecto ) no se sienten a gusto, cuando, además de la compañía de sus viejos congéneres, los cabestros, llevan la de una multitud de personas que corren a su lado y que pretenden dirigirles el camino. Y hacen lo que saben hacer: dar cornadas, de las que sólo una infimísima proporción encuentran destino. Pero algunas llegan. No hay estadísticas de cornadas; sólo de muertos a consecuencia de estas cornadas, porque no siempre el "capotillo de san Fermín" hace el oportuno quite. Quince muertos, hasta el momento si es que Ermitaño, de la legendaria ganadería de Miura, desnudando a cornadas a un mozo, no culmina su faena, que Dios no lo quiera. Pero Capuchino, nacido y criado en la Jandilla, de Vejer de la Frontera, sí se cobró una vida. Seguro que no comprendió por qué los mozos le silbaban cuando salió a la plaza para ser lidiado en la corrida, porque no había hecho otra cosa que comportarse según su naturaleza.

A mí todas las tradiciones me merecen mucho respeto y conservarlas es una prueba de la sabiduría de un pueblo. Pero el hombre, desde Adán hasta hoy, ha ido dejando atrás comportamientos violentos y, si no los ha dejado del todo, está en la conciencia y en el sentir de la mayoría que debe prescindirse de ellos.

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