Torrent

Por una elemental cautela, la vida de un territorio no puede vincularse a los lances penales de sus dirigentes

Total, que ayer salió el señor Torrent y nos dijo que no había nada que decir, pero que a su presidente lo elige él, y no el TC o el gobierno de Madrit. Lo extraño es que tanto Madrit como el propio TC lo que quieren es que el señor Torrent elija: pero que elija a alguien susceptible de ser elegido y no, por ejemplo, a un vecino de Bruselas que da charlas por Skype. Esta es la parte que tanto el señor Torrent como el señor Piqué (don Gerard, el futbolista) no acaban de comprender del todo. El Parlament de Cataluña puede y debe otorgarse un presidente de la comunidad. Pero dicho president debe ser alguien que esté en disposición de ejercer el cargo. Lo contrario sería un fraude, desde luego. Pero sobre todo, sería convertir el rango y el prestigio de molt honorable en una variante carísima de teleoperador.

Ya hemos visto que don Julián Muñoz puede volver a la cárcel por una irrefrenable afición al baile. Es esta facultad caediza del político es la que el Parlament debería evitar a todo trance. Por una elemental cautela, la vida de un territorio no puede vincularse a los lances penales de sus dirigentes. Al menos, de modo voluntario. Si don Julián rompió en munícipe ahorrativo fue a espaldas de la autoridad competente. Y es a espaldas de dicha autoridad como se ha entregado al dancing. Pero no cabe aducir tal ignorancia en el caso de don Carles Puigdemont. Si el señor Torrent insiste en presentar a don Carles como candidato es, precisamente, porque se halla acusado de varios delitos. Y son esos delitos los que, al cabo, le apartarán del cargo. También son esas acusaciones las que obligarán al señor Torrent a decidir, tarde o temprano, entre su pancatalanismo y su nómina. O dicho de otro modo, a decidir entre el señor Puigdemont y otra candidatura menos incómoda. No se trata, por tanto, de que el señor Puigdemont nos traiga la felicidad, como los cataríes que tanto elogiaba don Xavi Hernández; se trata, en mayor modo, de que alguien administre, con cierta probidad y diligencia, la voluntad popular expresada en las urnas.

Hay que reconocer que esta administración del voto es enormemente más aburrida que la difusa épica libertaria que promueve el catalanismo. No es lo mismo regular la traída de aguas que liberar a un país de la democracia fascista que lo constriñe. De ahí la indecisión en la que se halla sumido el señor Torrent. Un señor Torrent que ayer parecía un catarí triste y no el presidente electo de una Cámara europea.

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