Tormentos de amor

El hombre también ha sufrido a causa de la mujer, ya que algunas aprendieron a decir que no

Los nuevos tiempos han impuesto otros usos amorosos, y, consecuentemente, se han diluido antiguas pasiones y liquidado viejos sentimientos. Pero las nuevas formas de convivencia no logran desterrar por completo el recuerdo de aquellas relaciones del pasado. Incluso por muy favorable que hayan sido acogidas las recientes maneras de entregarse al amor, siempre está latente el deseo -quizás nostálgico- de saber cómo se amaron (o bien, se detestaron) los que vivieron en otras épocas. Sobre todo en aquel siglo XIX que convirtió el amor (y su proyección social en el matrimonio burgués) en motivo ineludible de indagación psicológica y literaria. Las oscuras zonas de las intimidades eróticas y familiares tentaron a los mejores escritores decimonónicos y gracias a esta mórbida atracción se consiguieron las mejores novelas de la literatura occidental. Y fue tan aguda y convincente esa introspección que todos esos grandes títulos valen como novelas pero igualmente han desempeñado una indispensable función como fuente de la naturaleza amorosa femenina.

No es exagerado suponer que la psicología y el psicoanálisis han apoyado muchos de sus mejores logros en el material reflejado en esas ricas piezas reconstruidas gracias a una elaboración literaria. Pero hasta ahora, una tendencia comprensible impulsaba a situar a la mujer (en sus distintos papeles amorosos y sociales) como objetivo de análisis e interpretación. Por fortuna, la profesora Eva María Flores, de la Universidad de Córdoba, ha querido mostrar en su libro Tormentos de amor. Celos y rivalidad masculina (CSIC) que también había llegado ya el momento que prestarle voz y rastrear los problemas y conflictos íntimos masculinos recogidos en aquellas novelas decimonónicas. También hubo hombres, aunque pocos en comparación, que sufrieron y fueron víctimas del tiránico juego de la seducción femenina. Muchos de ellos se inventaron un instrumento: los celos, cruel tormento que se aplicaron a sí mismos, y que les ayudaba a mantener vivo su amor. Sobre estas cuestiones, con inigualable clarividencia y calidad expresiva, escribe Eva Flores. Como investigadora y como mujer, ha sabido restablecer una cierta justicia literaria, porque en cuestiones de amor (no, claro está, en su institucionalización matrimonial) el hombre también ha sufrido a causa de la mujer, ya que algunas aprendieron a decir que no. ¡Fue un buen invento el de los celos, lástima que tienda a desaparecer! Por eso, en estos días de ferias, este libro puede prestar un buen servicio.

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