Tierra de palabras

Toda una vida

Desde que soy adulta he sido fiel a sus viñetas. He reflexionado más con ellas que con muchas crónicas

La verdad, son noticias que nunca esperas. Es alguien a quien creí que formaría siempre parte de mi paisaje. Me pilló cocinando en un informativo de la radio. Nada dijeron primero, después de las señales horarias anunciando el informativo se oyó su voz que no supe reconocer pero sí que tuve el presagio de que el dueño de aquellas palabras nos había dejado. Y así fue, tras su pequeña intervención congelada en el tiempo saltó la noticia de boca de la locutora. De repente, lo vi todo en blanco y negro, supongo que en homenaje a sus colores.

Desde antes de tener uso de razón ya estaban en casa sus viñetas. Ahora sus personajes que le han hecho crecer y con él han crecido se quedan sin sangre, sin tinta, sin nuevas ideas, sin vida: Concha, Mariano, Romerales, Cosma, Blasa, sus náufragos, personajes de a pie y de la calle… Qué extraña su ausencia. Qué irreparable pérdida. Podía leer o no otras partes del periódico pero sus viñetas eran indispensables para entender de una forma más tierna e irónica las noticias. Últimamente, con tanta saturación de informaciones, con sus viñetas me era suficiente.

Recuerdo una de las favoritas de mi padre que siempre repetía y seguro era por la situación de corrupción del momento. La recuerdo de memoria; era tal cual así: un hombre en mostrador que mantiene esta conversación con un funcionario: "¿Profesión?" "Honrado" "Eso no es ninguna profesión" "Pues ponga usted gilipollas".

Un año antes de que yo naciese ya empieza Forges a publicar en el diario Pueblo y es por eso que forma parte de mi infancia en la que no entendía lo que sus bocadillos clamaban pero identificaba la peculiar semblanza de sus variados personajes. Pasó el tiempo y palabras que él usó se convirtieron en vocablos de todos. Desde que soy adulta he sido fiel a sus viñetas. He reflexionado más con ellas que con muchas crónicas. He asistido al cambio de imagen y aficiones de Concha que adelgazó y se hizo lectora y su inseparable Mariano que se afeitó el bigote. Transformó la sociedad y a mí con ella.

Aunque esta columna sea para recordarlo, sabiendo que él me lo permitiría, no quiero dejar de denunciar, como él hacía con Haití en sus viñetas, el sonido atronador de la guerra que indiscriminadamente hace desaparecer del planeta a tantos y tantos seres inocentes. Qué pena, maestro, que ya no estén ni usted ni su ingenio para digerirlo.

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