Tiene mala pinta. Lo de Cataluña empieza a ponerse feo, pues los independentistas han lanzado ya el guante y, como el que cierra los ojos antes de lanzarse al vacío, han decidido fijar incluso fecha para batirse en duelo con sus dos máximos rivales: el Gobierno central por un lado y, por otro, esa inmensa cantidad de catalanes que tienen la arrogancia de no comulgar con la causa separatista.

A los abnegados independentistas se les está agotando la paciencia y por eso quieren coger la puerta cuanto antes, para salir de España como quien se larga del cine cuando la película es un rollo. Pero a lo mejor no es tan fácil.

El desafío soberanista, en esta última versión a tumba abierta, tiene un componente pandillero que no había tenido en ediciones anteriores. Más que representantes electos de un pueblo tan honorable como el catalán, parecen unos niñatos que han salido de farra, que se han envalentonado con los cubatas y ya no saben si robar unos coches para hacer carreras, si apostar a ver quién es el guapo que le pone a la estatua de Colón un sombrero mejicano, y que en un calentón se han retado a ver si había cojones de independizarse de España. Y allá que van.

La cuenta atrás ha empezado, pero hay un pequeño inconveniente para que estalle esa bomba: abandonar un país no es tan sencillo como pueda creer esta gente atolondrada. Perdón, sí lo es. Abandonar un país está chupado cuando se trata de personas: se coge el pasaporte, se compra un billete sólo de ida y se pide la dirección a los amigos para mandar postales. Pero que Cataluña abandone España es un jaleo, ya que de la Península no puede salir. Así que lo que tendrán que hacer es atrincherarse y, mediante procedimientos golpistas, improvisar unas leyes para ir tirando (y ya de paso para someter a esos díscolos que dijimos que no comulgan con la causa.)

Van tan lanzados que me parece que no se dan cuenta de que romper con un país es muy distinto a romper con el novio (y que para consumar el proceso secesionista no bastaría con ponerle a España las maletas en la puerta y quemar todas las fotos de la boda.)

Pero en fin, es razonable que todo les resulte tan simple: mientras que para ser historiador se exige una formación, para ser nacionalista no hace falta ni haberse leído un libro. De ahí que haya tantos.

Además, a ser nacionalista en Cataluña yo no le veo más que ventajas. El poder de allí te mima como no lo haría una madre; si te aburres de tantas comodidades, puedes hacerte la víctima denunciando el centralismo opresor, o mentar a Franco, que es muy socorrido cuando alguien pretende criticar lo poco fraternas que son las razones del separatismo.

Si dará gusto ser nacionalista que los hay a patadas entre el pijerío que veranea en la Costa Brava, aunque también abundan entre los que nunca evadirán dinero a Andorra porque son okupas y comparten una casa cochambrosa en el Raval. Y es que la sangre, la tribu y el terruño unen muchísimo.

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