Todos los partidos cambian de piel o de esqueleto cada cierto tiempo. El PSOE también. Su votación del domingo es un hito. Quizá no comparable a la victoria de unos jóvenes renovadores en 1974 en Suresnes. Allí el PSOE histórico de Llopis, de los viejos del exilio desconectados de la realidad del interior, perdió el XXIII Congreso contra una coalición de vascos, madrileños y andaluces, capitaneada por Felipe González. Quizá tampoco como el congreso extraordinario del 1979, en el que renunció al marxismo.

Pero ahora una élite desconectada de los problemas de los españoles, acaba de ser arrollada por los cambios. Nunca un secretario general había recibido un mandato directo de los militantes tan aplastante como el que ha obtenido Sánchez. Se puede argüir que no es líder sólido o fiable. Pero eso hace aún más hiriente la derrota de Díaz. El resultado nos ha sorprendido a algunos. A otros, no tanto. Mi colega Enric Juliana llevaba semanas advirtiendo que había una nueva ola de indignación ciudadana, avivada por los nuevos casos de corrupción en el PP. Que volvía a haber mucho vapor en las cañerías y que la primera rendija eran las primarias socialistas…

Fracasada la OPA lanzada por el socialismo andaluz al PSOE nacional, el susanismo -que existir, existe- se ha atrincherado. Aunque ella diga de boquilla que lo que toca es arrimar el hombro y apoyar a Pedro, la realidad es otra. La jefa del PSOE regional no termina de reponerse de la sorpresa. Es humana, dicen sus colaboradores. (Hasta hace poco elogiaban su capacidad de trabajo ¡sobrehumana!). Su primera reacción ha sido una maniobra de contraataque al sanchismo: adelantar dos meses el congreso del PSOE-A para dejar sin margen a una eventual candidatura hostil. Trata de conservar su parcela de poder al viejo estilo, con una alambrada electrificada en Despeñaperros.

El PSOE andaluz es la máquina de poder más eficiente de España. Ha mandado durante 35 años ininterrumpidos en la región. Ni siquiera tras el triunfo de Arenas en 2012 perdió el poder. Al entonces jefe del PP andaluz aquel resultado inesperado le costó una depresión. Es muy humano el abatimiento por un fracaso tras expectativas exageradas. Entonces y ahora.

La líder andaluza ha querido exportar un modelo de poder que genera recelo. Por muchos motivos: Férreo control de un partido que es una gran oficina de empleo. Escasa ideología. Una promoción de cuadros en función de la lealtad incondicional, que produce elencos de Marios, Verónicas o Heredias con los que puede ganar una Liga regional, pero no una Champions nacional. Un hiperliderazgo sobrehumano, que orilla la gestión cooperativa y alienta el culto a la personalidad. Desconexión de movimientos sociales, jóvenes, profesionales o el mundo de la cultura... La nomenclatura del PSOE-A vive en una burbuja, en un exilio interior, desconectada de la realidad. Hasta se sorprende de que Susana sea humana.

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