La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

Susana y Pedro son culpables

Sánchez debió dimitir tras su histórico fracaso electoral, Díaz tenía que haberlo combatido de frente, rápido y por derecho

El Partido Socialista no se encontraría en la UVI si dos de los que mañana se disputan a cara de perro su liderazgo hubieran actuado como debían tras las elecciones generales de diciembre de 2015. Entendámonos: la crisis de la socialdemocracia tiene raíces profundas que ni Susana Díaz ni Pedro Sánchez habrían podido evitar o arrancar. Pero con otra actitud por su parte el PSOE no habría llegar a estar tan malito.

Sánchez tenía que dimitir después de haber conducido al partido al peor resultado de su historia contemporánea. Sin paliativos. Desde el minuto uno, o sea, en la noche electoral. Asumir responsabilidades, le llaman todos los políticos, siempre refiriéndose a sus adversarios. No sólo no lo hizo entonces. Tampoco dimitió en junio de 2017, tras haber fracasado en su intento de conseguir por la vía de los pactos lo que no había conseguido en las urnas y tras ser derrotado en la segunda oportunidad que él mismo se dio. Y aún se quiere dar una tercera...

Lejos de admitir su fracaso y dar un paso atrás, Pedro pretende reconquistar la secretaría general del PSOE envuelto en banderas que calan en las bases socialistas y perpetrando un relato cargado de verdades toscamente manipuladas: fue víctima de un golpe de mano ilegítimo en el Comité Federal, la gestora socialista sirve a la derecha, la abstención en la investidura de Rajoy supone una traición a los votantes y la militancia debe imponerse al aparato.

¿Y Susana Díaz? Susana Díaz decantó las primarias en favor de Pedro Sánchez con el único objetivo personal de cerrarle el paso a Eduardo Madina y, nada más lograrlo, se dedicó a conspirar contra Pedro. Ningún líder socialista ha visto su autoridad socavada en menos tiempo por quienes le auparon al cargo. Con todo, la responsabilidad máxima de Susana no radica en su deslealtad al secretario general que se saltó el guión, sino en la forma de expresarla. Tanto en diciembre de 2015 como en junio de 2016 estaba obligada a liderar el rechazo a Sánchez y presentar su candidatura a sustituirle. De frente y por derecho. Sólo amagó en varias ocasiones, pero no quiso afrontar el mal trago de explicarle a los militantes que el PSOE había perdido las elecciones y, por tanto, lo único que podía hacer era ayudar a la estabilidad de España, no caer en manos de Podemos o pactar con los independentistas.

Escogió el peor camino para defenestrar al voluble Sánchez: la intriga, la puñalada orgánica y la trampa estatutaria.

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