Hace pocos días leí una reflexión en un manual práctico de consejos para los que han sido atrapados por la magia de la curiosidad en el que el autor decía que el español tiende a hablar más que a escuchar y que por eso es tan poco numerosa la gente que lee en nuestro país, ya que leer es lo más parecido a escuchar que existe.

Y puede que al principio no tengas la suficiente capacidad como para compartir esta reflexión por eso de que a ciertas edades lo habitual es que te interese más que los libros, o que escuchar, que los demás te oigan; y en el fondo no es ni más ni menos que un ejercicio que practicas sin tener ni la más remota idea de para qué te sirve realmente que no es otra cosa que para oírte y reconocerte a ti mismo. Pero a medida que mejor te vas conociendo y debido a que también te vas cansando de las muchas estupideces que la verborrea social te incita a decir, te van asustando menos los silencios. Y no es por lo que podríamos llamar falsa modestia sino porque descubres que es mucho más enriquecedor escuchar que hablar y al final terminas sucumbiendo al encantamiento de la escucha.

Este verano he conocido a Dani Mosca, un peculiar tipo que se considera principalmente escritor de canciones, que creció en un barrio humilde, que hizo un grupo de música con amigos, que tuvo sueños, proyectos y que también me mostró sus cicatrices. Con un ritmo vertiginoso, como si estuviese proyectándome la película de su vida, no ha dejado de hablarme con mucho ingenio y gran frescura, cosa que se agradece en las calurosas tardes de verano. Mucho sé de la vida de Dani y nunca lo he visto. Es la magia de la escucha la que ha hecho que conozca a un tipo interesante que cuando me dejaba de hablar, que era justo en el momento en el que yo cerraba el libro, y me iba a hacer otra cosa, su historia me seguía rondando la cabeza e intentaba sacar tiempo para dedicárselo y que me siguiera contando. A Dani lo conocí en la novela Tierra de Campos de David Trueba.

También me apasiona escuchar a las protagonistas de su propia vida que cada semana vienen a casa a contarme un capítulo nuevo de su historia.

Es un buen síntoma eso de ser escuchador. Hablar menos te enseña a ser más tolerante.

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