Subir a la sierra

Dimos la vuelta a la cervantina: miramos al soslayo, nos calamos los abrigos, nos fuimos y no hubo casi nada

En los remotos años de mi noviazgo celebré que los hombres tengamos la edad de las mujeres que amamos. Entonces suponía tener seis años menos. Lo malo es que ahora tengo cuarenta y uno menos, porque es lo que le llevo a mi hija. He perdido de un plumazo toda la experiencia de la edad.

La niña quería ver la nieve de la Sierra de Grazalema y yo (mi yo maduro) sabía de sobra que no era un plan redondo: visualizaba las colas, los problemas de aparcamiento y abastecimiento, la escasez de nieve, las muchedumbres… Pero tengo la edad de la niña y muy temprano nos montamos todos en el coche ilusionadísimos, sumándonos a la marea que se encaminaba hacia Grazalema.

Nos encaminábamos hasta que dejamos de hacerlo, inmovilizados en el ámbar del atasco. Permítanme la metáfora, porque dentro estábamos calentitos y podíamos ver, pegados a las ventanas, las montañas nevadas (con perdón) a lo lejos y de cerca a los desesperados excursionistas en chándal que salían de sus coches a juguetear con los jirones de hielo que quedaban por los arcenes.

En un momento de lucidez, nos echamos también a un aparcamiento, y bajamos corriendo a tocar el hielo. Renunciamos, eso sí, a hacernos esa foto trucada que consiste en encuadrar con mucho pulso el único metro cuadrado de hielo del arcén y, al fondo, la inalcanzable montaña, para ponerla en Facebook presumiendo de haber estado en las mismísimas cumbres borrascosas, cuando no.

Dimos la vuelta a la cervantina: miramos al soslayo, nos calamos los abrigos, nos fuimos y no hubo casi nada. Pero sí hubo. Expliqué a mis hijos mi refrán favorito: "Pescador que pesca un pez,/ pescador es". A mí me sirve para la poesía, pues con un poema, ya se es poeta. Ellos, que habían tocado un copito y lo habían pisado, habían, según la ley ancestral del refranero, visto la nieve y estado en la nieve.

También les expliqué que mi concepto de las aventuras coincide con el criterio hobbit: "¡Son cosas desagradables, molestas e incómodas que retrasan la cena!" Si teníamos suerte con el tráfico, podríamos llegar a casa a cenar, y habiendo conocido la nieve, definitivamente. Lo hicimos. Fue un gran día, pues, además de bastante largo. Es de esperar que mis hijos no vuelvan a querer ir a ver la nieve a Grazalema hasta que no tengan, dentro de muchos años, la edad de sus hijos. Llegué feliz y derrengado, sin tiempo ni ganas de escribir un artículo, como aquí se demuestra.

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