Sencillamente aterrador

El hecho de confirmarle mi identidad fue para él motivo de desahogo de lo que acababa de vivir

Tengo por costumbre despedirme de los conductores dándoles la mano. Miguel no quería estrecharme la suya. La mayoría de veces que me subo a un taxi, contrato un Cabify o Uber, me gusta entablar conversación con ellos para compartir su visión sobre las circunstancias de la actualidad. Las charlas siempre resultan muy enriquecedoras. El caso es que el otro día contraté por la aplicación un Cabify. Durante el trayecto yo iba haciendo llamadas telefónicas resolviendo cuestiones de trabajo. En una de ellas di mi mail para que me enviaran una documentación. Al colgar, el conductor, muy prudente, me preguntó si yo era la periodista. El hecho de confirmarle mi identidad fue para él motivo de desahogo de lo que acababa de vivir media hora antes. "Mire, Mariló, acabo de venir de la estación de Atocha donde varios taxistas me han acorralado. Han golpeado mi coche a puñetazos mientras me insultaban que era un hijo de puta y me gritaban que me iban a matar". Pero por qué, le pregunté. "Mi cliente era una señora mayor. Me pidió, por favor, que la llevara a la Estación de Atocha pero que la dejara en la parte de abajo para no tener que caminar mucho. Así que le dejé en Méndez Álvaro. Ayudé a la señora a sacar la maleta y de inmediato me rodearon varios taxistas. No puede evitar que insultaran a mi cliente. Al ver que la señora ya estaba protegida por dos agentes de seguridad quise irme. De hecho les pedí perdón. Pero ellos me cerraron el paso con sus vehículos. Salieron de los taxis mientras me insultaban y gritaban mientras golpeaban con sus puños mi coche. No recuerdo cómo pude zafarme para huir a otra zona de la ciudad. Mire, Mariló: tengo un hijo de nueve años. Mi pareja gana muy poco y yo llevo un mes en Cabify después de superar todas las pruebas: hasta investigaron si tenía antecedentes penales y sexuales. Trabajo más de doce horas, algunos días. Yo era monitor de natación pero me quedé en paro. Monté un chiringuito en la playa y me arruiné al invertir en él todos mis ahorros. Ahora gano mil euros y tengo 44 años. Yo solo quiero trabajar". Le pregunté si los denunció: Sí, me respondió . "Pero tanto mi jefe de equipo como en comisaría me dijeron que debía haberles grabado o haber tomado las matrículas de los agresores. ¿Pero cómo voy a hacerlo si me cerraban la vista y estaba muerto de miedo? Solo quería escapar de aquel infierno". Miguel, deme su mano. "No, que la tengo sudada por el miedo" ¡Por Dios, estrécheme su mano! Le prometo que contaré su historia.

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