Seguimos en camino

El día que esa voz le dijo que se matase acudió a las Hermanas de inmediato. Es allí donde vive

Tengo una deuda. Las huyo para evitar que se me pongan sobre las espaldas de mi conciencia. Así que la voy a cumplir porque lo prometí ante un aforo repleto de personas con enfermedades mentales y malformaciones y sus familias.

Cuenta la leyenda que, allá por 1881, María Josefa Recio y María Angustias escucharon la voz de san Benito Benni, a quien Dios habló. El santo después de pasear por las calles absorbió el dolor que en ellas vivía. Por los suelos embarrados de pasajes, callejones y pasadizos habitaban agonizantes cuerpos de seres abandonados. Había hombres, mujeres, jóvenes y niños desahuciados por la sociedad que caminaba por su lado ignorándoles como si fueran ratas. San Benito tenía la capacidad milagrosa de vislumbrar que tras algunos muros de la ciudad las familias avergonzadas escondían la deshonra de tener un enfermo.

Las hermanas atendieron su petición. Crearon un hogar donde morasen todas estas personas retorcidas por la mano de Dios. Fueron tiempos difíciles para poder aunar personal que quisiera amarlos. Carecían de recursos materiales y sanitarios pero la fuerza del espíritu de sor Josefa y sor Angustias le llevaron a gestionar centros hospitalarios. Hace 75 años que se creó la Congregación de las Hermanas Hospitalarias, Fundada en Ciempozuelos-Madrid. En estos años, la vocación de las hermanas les ha llevado a gestionar 370 centros y dispositivos repartidos por África, Asia, Latinoamérica y Europa. En 25 países tienen más de 17.300 plazas sanitarias y 2 millones de beneficiados. Seis mil personas colaboran con esta gran obra de caridad. Es muy relevante mencionar a prestigiosos psiquiatras como el doctor Miguel Gayarre Espinar o el doctor José Miguel Sacristán, quienes trabajaron en la Clínica San Miguel que nació con la finalidad de atender a mujeres con enfermedad mental. Durante la celebración pude hablar con los usuarios, los voluntarios y las familias. Me decía Pilar que a sus veintiocho años, quizá por la bipolaridad que padecía su madre o herencia genética, le brotó la esquizofrenia paranoide. Escuchaba una voz que le decía que no cogiese en ese momento el Metro. Pero el día que esa voz le dijo que se matase acudió a las Hermanas de inmediato. Es allí donde vive. Vive cuidada y lo feliz que podemos ser los individuos. Sentí que hay una luz que ilumina a casi todos ellos. Se puede padecer un enfermedad, pero lo peor es padecer la enfermedad del desamor, de la soledad.

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