Mientras los españoles nos preguntamos quiénes somos, el mundo sigue su curso. Ya hay aspiradoras que trazan mapas, tienen conexión wifi y retransmiten lo que ven. Los avisos de averías se hacen en conversación con ordenadores. Al Parque Tecnológico de Málaga se anuncia la llegada de una empresa que creará 1.000 puestos de trabajo, 200 para robots. En pocas décadas una buena parte del I+D lo ejecutarán máquinas con inteligencia artificial; los coches circularán sin conductor; fabricaremos en casa productos sofisticados con piezas salidas de impresoras 3D… Es la cuarta revolución industrial; tras las del vapor, la electricidad e internet, llega la de los robots.

Se abre un camino inédito. Ya hay grandes hermanos que a través de los buscadores saben más intimidades propias que nosotros mismos. ¿Se acercarán o llegarán al control que imaginó hace 70 años Orwell en 1984? Facebook acaba de suspender un programa de investigación en el que dos chatbots programados para negociar entre ellos en inglés, inventaron un idioma propio. Emocionante. Y peligroso; Stephen Hawking o el dueño de Tesla llevan tiempo advirtiéndolo. ¿Pagarán a la seguridad social un canon los dueños de robots? Si van ocupando puestos de trabajo, habrá menos empleos para humanos. Y no sabemos qué pasará cuando perfeccionen sus capacidades. Hace 20 años, Deep Blue, una supercomputadora de IBM, se enfrentó dos veces al campeón del mundo de ajedrez Kasparov. Perdió el primer match. Ganó el segundo.

El ingeniero (y filósofo) Felipe Romera, director del PTA, observa la tendencia mundial: viene una época de trabajadores contratados por proyectos, con empleos menos estables y más conocimientos especializados. El riesgo es que quede mucha gente desconectada. Asunto del que deberían ocuparse los políticos. A ellos, tan aficionados a la estadística, la propaganda y la táctica a corto plazo este tema les viene grande; pero es la política la que debería conectar a los desconectados.

A veces esa desconexión afecta a países y lenguas distintas al inglés. Los big data no sólo acumulan toda la información de una materia, sino que crean tendencia en terminología, simbolismos y hasta en los métodos de investigación del conocimiento. El catedrático de Historia del Arte (y filósofo) Eugenio Carmona se lamenta de que no haya un big data de humanidades en castellano, promovido por las autoridades públicas. Para los big data de referencia anglosajones, iconos del modernism serían Virginia Woolf o Van der Rohe. Ni rastro del máximo exponente del modernismo en español, Rubén Darío. De no perder la batalla de los códigos culturales se debería ocupar la Agenda Digital del ministro Nadal. Como en todas las revoluciones industriales, la del vapor, la de la electricidad o la de internet, la de los robots desarrolla una nueva forma de colonización. Quizá, la definitiva. Y nosotros preguntándonos quiénes somos...

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