Aprendí a llenar con una nueva luz los espacios huérfanos de afectos. Intento ser flexible ante la inexorable acción erosiva del tiempo. Me dejé y me dejo reflejar por el sol y no le puse ni le pongo paraguas a la lluvia por temor a mojarme; tras la tempestad siempre la calma espera. Mis ojos han servido de espejo y he proyectado en otros mi mirada. He sabido aceptar el sentirme pequeña ante la majestuosa naturaleza. Nunca dispuse de coordenadas para trazar el camino. No dejo de soñar con tierras lejanas que nunca encontré en los mapas y que nadie nunca me aseguró que existieran. He perfilado siluetas de cuerpos con mis deseos sin pedir permiso. He sabido aprender a equilibrar fragilidad y fortaleza. Abrazo la vida con el mismo amor con el que abrazo a mi hija. Soy consciente de la gigantesca medida que provoca cada acto. A veces me canso de cruzar fronteras. He ido más allá de las estrellas para escuchar respuestas verdaderas a preguntas afinando los oídos del alma. Hablo con mis muertos a veces más que con los vivos y nunca dejo de recibir respuestas. He encontrado valentía para desenfocar la vida y que otra realidad me sorprendiera. He permitido que se invadiese los más recónditos rincones de mi tierra. He llenado ríos sin nombres de lágrimas contaminando de sal sus dulces aguas y desbordando sus riveras; sé construir con restos del naufragio balsas que me devuelvan a un mar abierto, dispuesta a conquistar un nuevo mundo. No me rindo; nunca lo hice. Atravesé los oscuros bosques de la vida, he transitado de ella también sus verdes campos. Abrí maletas que creía cerradas para siempre. He conocido paraísos terrenales entre sábanas. Ostento la maestría de besar en la boca. Día sí y día también tiemblo de emoción a cada instante y nada de lo que a mi alrededor sucede me deja indiferente.

Y todo lo acontecido y lo que queda por llegar es para seguir puliendo a este descontrolado corazón mío que se hace viejo y que late más confiado y fuerte. Que ya no teme al frío y después de buscar y latir descompasado ha descubierto que nadie le quiere como yo le quiero. Complicado el trabajo hasta encontrarnos pero por fin lo hemos conseguido. Vivimos con plenitud este nuestro amor maduro en el que ya no caben ni renuncias ni vértigos. Cada latido que sea para agrandar, nunca para cerrar el pecho.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios