CAMPO CHICO

Alberto Pérez De Vargas

Profesores

LA ignorancia es un estado que una vez se instala en el cerebro humano, lo inutiliza para la mayor parte de sus funciones. El aprendizaje, la lectura, la observación interesada de lo que nos rodea, de las personas y, en general, la disposición abierta a sacar provecho de lo que se ve y de lo que se vive, ataviado todo ello con la reflexión y el pensamiento activo, son el ejercicio físico de la inteligencia.

Por desgracia, los seres humanos somos poco dados a valorar estos menesteres tan importantes para nuestra integridad. De modo que a otras carencias se añade una corta inteligencia que se ha quedado estancada por falta de ejercicio. En la vida, en las sociedades de nuestro entorno geopolítico, el mundo sanitario cuida y corrige esa parte nuestra más material que forma el soporte del bienestar físico. Y el universo de la enseñanza, de las actividades docentes, es el que se encarga de alejarnos de la irracionalidad y de ofrecernos saberes y experiencias para que nuestro cerebro no padezca la falta de desarrollo que produce la inactividad mental.

Aunque lo que toca al alma, es un asunto delicado y consustancial con la individualidad, yo me permitiría aludir a esta esfera de mayor trascendencia a la que, aunque nos empeñemos en lo contario, pertenecemos. Así que en esa referencia a lo inmaterial abarcaría el beneficio de una moral religiosa y como consecuencia apelaría a los ministros de Dios, un colectivo esencial del que servirse para engrasar las inseguridades y corregir las miserias de la naturaleza humana.

Escribiendo de estas cosas no pretendo sino detenerme en lo que ahora me interesa, en la comunidad formada por el profesorado. Es alarmante la falta de sensibilidad y de conocimientos que invade a nuestra sociedad, cuando se refiere a esta clase de sujetos que se pasan la vida tratando de hacernos personas. Los que hayan tenido, como la he tenido yo, la fortuna de tener y de escuchar a muchos profesores, deténganse un momento a pensar en los que de ellos les han proporcionado con su esfuerzo y su actitud lo mejor de lo que son. Tengo tanta gratitud acumulada por los míos que me queda poco espacio para otras gratitudes.

Entender que el trabajo del profesor se limita a las horas de clase es como creer que ser padre o madre se reduce al momento del parto. Identificar las vacaciones escolares con las de los profesores es como cuantificar el trabajo de un médico por la duración de su consulta. Cicatear el salario de un profesor o especular con su tiempo es atentar contra la condición humana, porque de lo que contribuya a la calidad del ejercicio de su trabajo, depende la firmeza del soporte sobre el que progresan los valores de la convivencia.

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