En pura Geometría, el cono es un sólido de revolución generado por el giro de un triángulo rectángulo alrededor de uno de sus catetos. El cono es una figura geométrica humilde. No tiene la majestuosidad de la pirámide, ni la vulgaridad del cubo, ni es tan poco estable como la esfera, ni tan falso como el icosaedro. Por el contrario, el cono prefiere pasar desapercibido, sosteniendo un helado suculento en el verano, envolviendo churros calentitos para el desayuno y es tan servicial que no le importa pringarse de aceite, en forma de cucurucho de pescaíto frito. Acostumbra a hacerse intangible en los conos de luces y sombras y no le importa que a su vértice lo arrastren por el papel depositando tinta, en la punta de un bolígrafo. Una semana al año se agrupa con sus hermanos, formando un bosque en las cabezas de los nazarenos de las procesiones. La agradecida sabiduría popular le ha adjudicado nada menos que una Ley, la del embudo, otro cono servicial, que pone de manifiesto el egoísmo: lo ancho para mí, lo estrecho para ti.

El siglo XX alumbró un cono nunca visto hasta entonces. Es naranja con dos franjas reflectantes blancas y por su utilidad pasó a ser el icono de todas las obras públicas del universo. A partir de entonces, cada intervención en las calles de las ciudades se marcaba con conos, para alertar a los ciudadanos y evitar accidentes. Del ámbito público saltaron al privado y ya si por ejemplo algún listillo quería reservarse un espacio para aparcamiento, mangaba unos cuantos conos de esos que se olvidan tras de una obra y se afanaba un trozo de calle o de acera. Los ayuntamientos descubrieron que en vez de tapar un bache con la urgencia debida, bastaba con colocar un cono en el boquete para que no se descornaran los despistados. Con ello los pobres conos se abochornaron porque a su imagen de utilidad se superpuso la de la incompetencia de los usuarios.

Lo que los conos no esperaban, es que en el Campo de Gibraltar se abusara de ellos de esta manera. Hacinados en un camión, escoltados por motoristas de la Benemérita, son depositados en larga hilera en la carretera de Tarifa, para evitar los colapsos veraniegos. Menudo trajín, ser cogidos por el cuello dos veces en la tarde para dibujar un doble carril. Lo provisional se ha convertido en definitivo. Ahora, los conos no se callan. Si te fijas bien podrás oírlos gritar: ¡Nunca tendréis autovía, os están dando coba!

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