Crónicas Levantiscas

Juan Manuel Marqués Perales

jmmarques@diariodecadiz.com

Pena de Rita

Cuando a la evidencia política se une la sospecha judicial, los sacerdotes preparan la hoguera pública, y ya no hay salvación

La pena por corrupción en este país es el proceso, con independencia de cuál sea el resultado del juicio oral si lo hubiese. Hace ya algunos años que lo expuse, no sólo es por Rita Barberá: el auto de imputación figura en la solapa de los políticos como una estrella amarilla de David, apestados, muertos civiles, arruinados bajo fianzas desproporcionadas, maltratados en las detenciones, despreciados en sus partidos, condenados al ostracismo, increpados en la plaza. Intocables, ése es el destino de la casta.

A diferencia de otros casos, Rita Barberá nunca fue detenida, no hubo una UCO que fuera a su casa a llevársela previo aviso a los medios de comunicación ni pasó una noche detenida. Fue tratada con delicadeza en su declaración en el Tribunal Supremo, aunque fue expulsada del PP sin ninguna acusación del instructor y figuró las siguientes tres semanas en el calvario de las tendencias.

Rita Barberá fue una mujer de carácter, autoritaria, sanguínea, sólo eso explica que se resistiese a dejar el Senado. La Valencia donde gobernó se había convertido en un lodazal, debió dimitir, pero 24 años de mayorías absolutas ciegan al más modestos de los seres, y ella no lo era. Fue su partido el que la forzó a presentarse en las últimas municipales.

Pero cuando a la evidencia política se une la sospecha judicial, los sacerdotes preparan la hoguera pública, y ya no hay salvación. Hay tres responsables en esta bacanal de la moral: jueces y policías, quienes detentan el poder ejecutivo; los propios partidos, judicializadores de la política, y los periodistas. No todos los miembros de estas tres castas están afectados, pero sí son suficientes. De todo ello, lo más grave es la politización judicial: instructores maleados que han convertido sus autos en ejercicios de equilibrismo sofista. ¿Cómo no iba a saber nada si era el que mandaba? Sus razonamientos no superan al de mi frutero cuando trata de convencerme de que hay vida en Marte.

La muerte de Rita Barberá es un símbolo en sí, fallecida a pocos metros del Congreso, sola, en una habitación de hotel, 48 horas después de haber declarado y con una caja de antidepresivos sobre la mesilla. Con el cuerpo aún caliente, Pablo Iglesias y su émulo Alberto Garzón le negaron el minuto de silencio. Una interpretación benévola indica que Pablo es la novia en la boda, el niño en el bautizo y el muerto en el entierro, nuestro payasete nacional; la otra, que su batalla política no tiene ningún límite, ni siquiera la muerte.

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