Su vida giró en torno a hacerse maestro del engaño. Con su estudiada estrategia articuló mecanismos para aparentar lo que en el fondo nunca se consideró: un triunfador. A temprana edad fue líder de la clase a base de elaborar un invisible disfraz que ajustó a su medida, dotándolo de una ficticia superioridad tan bien tramada que llegaba a asustar, aunque él nunca consiguiese descubrir cómo fue capaz de conseguirlo.

Demasiado a menudo oyó decir a su padre, de una manera displicente, que en la vida había que tener orgullo, aunque ese exceso de estimación propia del que su progenitor alardeaba, siempre malhumorado, nunca iba encaminado a causas nobles y virtuosas. Jamás le quedó claro a qué se dedicaba realmente y cuando por fin se atrevió a preguntarle a su madre por su oficio, ella se limitó a decir que a negocios, tu padre se dedica a importantes negocios. Le incomodaba que al hablar con sus súbditos le intentasen esquivar la mirada más por miedo que por respeto; pero quién sabe si esa apreciación era algo que sólo a él le sucedía y para no sentirse tan humillado lo hacía común a los demás que también vivían a la sombra de su padre.

Fue a los mejores internados ya que decir que estudió en ellos sería del todo incorrecto; poco tiempo invirtió en la profundización de las materias. En lo que realmente ocupaba las horas era en lo que mejor sabía hacer: no hacer nada. Presumía de tenerlo todo cuando en realidad no tenía nada de lo que su padre no pudiese comprar. La abismal distancia que su progenitor puso de por medio, su particular indolencia, le marcarían de por vida y muchos años después, tumbado en el diván, el psicoanalista sacaría a la luz tirando de un hilo hasta que no quedó más remedio que enfrentarse cara a cara con todas las carencias que, desde la adolescencia, se limitó a llamar peajes de la propia vida. Después de muchos años acudiendo una vez al mes a la consulta, lo único que realmente sacó en claro de su vida fue que todo había sido un engaño, pero ya era demasiado tarde para quitarle el papel protagonista al personaje que lo había representado.

Cuando subió a recoger el premio al hombre más influyente del año, sintió la misma inseguridad que cuando por primera vez en el colegio lo eligieron delegado. Pero eso sí, igual que años atrás, también en esta ocasión nadie se dio ni cuenta.

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