Si Vd. consulta un mapa del Metro observará que junto al nombre de algunas de sus paradas aparece el rótulo de: "estación con acceso para personas de movilidad reducida". Si elucubramos un poco, pronto caeremos en la cuenta del gran número de individuos que pueden verse englobados en el mencionado epígrafe. Desde el griposo al que le duelen todos los huesos y no puede moverse de la cama, hasta el que se recupera en el hospital de una apendicectomía. Desde quien se levanta envarado con una tortícolis postural a aquel otro que arrastra penosamente un esguince de tobillo. Igualmente tienen su movilidad reducida el crío al que sus padres castigan sin salir a la calle por sus malas notas o el reo que está en la cárcel penando sus delitos y, evidentemente, el que va en silla de ruedas que es, por cierto, al único al que quiere aludir el cártel. Con buen criterio, los diseñadores del plano han incluido, junto a la leyenda, un dibujo esquemático de una figura en silla de ruedas desconfiando, seguramente, de la claridad del mensaje escrito. El motivo para la utilización de tan confuso eufemismo es que la palabra que debería emplearse por ser la que mejor describe a quien, por desgracia, precisa de una silla de ruedas, esto es, "inválido", se ha convertido en una palabra proscrita. Son estas una serie de vocablos que de transitar a sus anchas por el lenguaje común han pasado a ser expulsados del mismo y a ser recluidos en cárceles y guetos sin posibilidad de redención porque la sociedad actual, en una actitud un tanto farisaica, los considera peyorativos o lesivos para nuestra delicada sensibilidad (como si la realidad cambiase por nombrarla de otro modo). Así, acompañando a "invalido", han tomado el camino de las mazmorras: "viejo", "ciego", "loco", "cojo", "negro", "enano"... y otras muchas voces que por no pasar el fielato de lo políticamente correcto hacen que los calabozos del idioma estén a rebosar. Algunas como: "moro", "lisiado" o "mongólico" son tan innombrables que han sido arrinconadas en tenebrosas celdas de castigo. Ahora bien para hacerles sitio en la prisión lingüística, otras tantas palabras antaño consideradas soeces o malsonantes han sido excarceladas y hoy corretean por doquier desde el lumpen hasta el parlamento. ¿Qué decir del auge de "puta", otrora vocablo impronunciable? ¿Quién no recuerda lo extraño que nos sonaba el "hijo de perra" de las películas o que a una meretriz se le llamase "zorra" cuando para nosotros la única lacra consustancial a ese animal era el robo de gallinas? Antes, del que padecía desazón se decía que estaba "fastidiado", hoy el cultismo latino se pudre en prisión y ha sido sustituido por el recién liberado y contundente "jodido" un término que, paradójicamente, refleja con absoluta precisión el estado en que se encuentra el idioma español.

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