Padania

La base histórica de la izquierda no suele ser proclive, en ningún lugar del mundo, a las ensoñaciones burguesas

Hace ya demasiado tiempo, en un viaje de juventud por las hermosas tierras de la Toscana y la Emilia-Romaña, nos topamos, quizá fuera en Bolonia, con una pintoresca manifestación cuyos coloridos integrantes no parecían, aunque muy enfadados, precisamente sindicalistas. Poco sabíamos entonces de la recién fundada Liga Norte, en la que habían confluido varias agrupaciones que reclamaban la separación de sus prósperas regiones respecto de la nación italiana, pero lo que nos llamó la atención fue, además del aspecto inequívocamente acomodado de los manifestantes, el hecho de que blandieran unos altísimos estandartes que recordaban a los que lucían los tradicionalistas en los años de la Transición española.

El pronto famoso líder del movimiento, un tipejo estrafalario que invocaba el "sacro honor" pero dejaba claro en sus intervenciones -Roma ladrona, etcétera- que la independencia era sobre todo un asunto de dinero, se hizo popular en los noventa por su retórica zafia y sus maneras ofensivas, aunque la radicalidad de su mensaje no le impidió pactar con otro notorio payaso que llegaría a ser, sumando el apoyo del partido posfascista, presidente del Gobierno. Los defensores de la Padania, como llamaron a su país imaginario, acusaban a los habitantes del sur de vagos y corruptos y exigían suprimir, mientras nacía o no nacía el nuevo Estado desgajado del resto, los mecanismos de solidaridad entre territorios, que a su poco solidario juicio arrebataban la riqueza de los ciudadanos industriosos para financiar a los parásitos.

Pasó su momento de gloria y la Liga, envuelta en escándalos y castigada en las urnas, renunció a la secesión para reorientar sus aspiraciones en una dirección federal, pero por lo que hemos podido ver los argumentos no han variado -salvo en el reforzamiento del discurso de la xenofobia- y es seguro que si tuvieran suficiente representación volverían a plantearla. La clave está en lo que entendamos por suficiente. Ninguna legalidad puede impedir que una mayoría verdaderamente mayoritaria -es decir, que supere con mucho la mitad del censo- acabe, de forma más o menos traumática, por imponer su criterio, pero los secesionistas padanos no dispusieron de esa mayoría ni en los feudos donde gobernaban. Para alcanzarla, tendrían que haber diluido las diferencias ideológicas -no había transversalidad en aquella remota manifestación boloñesa- e incorporado a la base histórica de la izquierda que no suele ser proclive, en ningún lugar del mundo, a las ensoñaciones burguesas, a no ser que deje de ser izquierda para convertirse en un instrumento al servicio de las oligarquías del terruño.

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