Pablo y el huevo

No es tarde para recordar que lo contrario del Estado (del democrático que nos alberga) no es la libertad, sino la barbarie

El señor Iglesias recibió un huevazo, tal que ayer, cuando andaba en la manifestación de los taxistas, y parece que hay cierta risa contenida, cierto cachondeo a hurtadillas, a cuenta del asunto. Como saben ustedes, el huevo volandero iba dirigido a don Julio Sanz, presidente de la Confederación de Taxistas Autónomos de España; pero ya fuera el azar, la precipitación o la escasa puntería, lo cierto es que el huevo ha tenido más víctimas de las esperadas y mayor difusión de la prevista. Por otra parte, algunos han querido ver en este suceso una suerte de irónica venganza de la Historia, dado que el señor Iglesias, encarnación viva del pueblo, ha sido injuriado -tangencialmente- por la muchedumbre. La escueta verdad, en cualquier caso, es que se trató de un deplorable episodio de violencia, infligido a un representante de los taxistas y a un diputado de la nación.

También La sirenita de Copenhague (aquella sirenita de Christian Andersen, de ingenua coquetería, que reposa junto al Báltico), ha sufrido la ira de unos majaderos, que la han tintado de rojo en protesta por la caza de ballenas. ¿Por qué? ¿Acaso porque las sirenas perdían a los marineros con su canto? Es sabido que las sirenas fueron muy apetecidas de los gabinetes renacentistas y de las colecciones reales, que exhibieron en urnas de cristal sus cuerpos, todavía trémulos y juveniles. ¿Es por esta antigua relación con la nobleza por lo que las tiñen de un ominoso rojo? En uno y otro caso, en el caso del señor Iglesias y en el de La sirenita, parece que se trata de envilecer aquello mismo que representan. Bien sea un dulce mito danés, y la melancólica memoria que ello comporta; bien a quienes ejercen de portavoces de la ciudadanía, y aprontan su físico ante una masa de desconocidos.

Otro día hablaremos de la naturaleza insolvente y mezquina del escrache (palabra, por cierto, de enérgica y siniestra cacofonía). Otro día hablaremos de la irresponsable necedad con que algunos aplauden la persecución y el acoso de cargos públicos. No hay nada honorable en tales actos; y sí enorme porción de cobardía. No hay nada honorable, por tanto, en el huevazo involuntario al señor Iglesias. Más allá de la ejecutoria personal del señor Iglesias Turrión, ese huevo va dirigido contra el Estado y sus representantes. Y aún no es tarde para recordar que lo contrario del Estado (del estado democrático que nos alberga) no es la libertad, sino la barbarie.

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