El mástil

Pepe Marín / Josemarindiaz@msn.com

Oh, blanca Navidad

DIOS mío, ¿qué hora será?Qué dolor de cabeza. Ni me acuerdo a qué hora llegué anoche. Ya he perdido la cuenta de los saraos, y encima me toca currar hoy. No sé cuanto tiempo más resistiré los SMS pedantes con los mejores deseos para 2008 de serie. No consigo distinguir los originales de los copieteados. Uno me dice que pase estas fiestas "con amor, en compañía de familiares y amigos", y tal y tal. Mi pulso no se altera. En la mesa se amontonan postales de imprenta cara. La mayoría las ha reseñado y ensobrado una máquina. El político o empresario que me las envía, probablemente, ni siquiera sabe que estoy en esa lista. Ni le importa. La misma hipocresía sórdida y en cadena que nos hace firmar tarjetas de felicitación con más intereses que intenciones, nos lleva a tener en estos días remordimientos costumbristas. Se producen llamadas de compromiso disfrazadas de buenos propósitos. Hay quien aprovecha que felicita para retomar alguna conveniencia y recordarte que quiere que le ayudes. Y un montón de gilipollas te abrazan como si fueras su hermano deseándote cosas que al instante, tras girar la cabeza buscando otro hombro, se les han olvidado. Y pagamos rondas que no queremos pagar, y quedamos bien con primos a los que consideramos capullos integrales pero que en navidad obtienen licencia para acercarse al calor del hogar. Y preguntamos por gente que no nos importa lo más mínimo, sólo porque se ponen delante sus representantes más cercanos. Y movemos la cabeza de arriba abajo asintiendo cuando nos dicen "está muy bien, gracias". "Pues dale un abrazo muy fuerte de mi parte". Después te lo encuentras el 10 de enero y ni le miras a la cara. Ni él a ti. A esas alturas ya no importará, todos nos habremos bajado del escenario. Nos habremos sacudido el confeti y volveremos a apreciar u odiar a los que mande el corazón o las vísceras, con un criterio más auténtico.

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