Finalizó el Aula de Verano y en los distintos rincones de la casa volvieron a estar las cosas como antes estaban: en el jardín ya solo se escucha el canto de los pájaros, el ajedrez vuelve a tener inmóviles sus piezas, los puzzles ordenados en la estantería, la sala dejó de ser de baile para volver a ser de yoga, en la habitación de Julia ya no hay arrugas en las sábanas ni libros de la biblioteca, las hojas de las libretas están deshabitadas, los lápices inertes en el cubilete… Mientras todo en el hogar se reposa y sosiega, yo aquí tumbada escribiéndote en una playa desierta de septiembre con el sol calentándome el costado. Siempre me gustó este mes para el descanso.

Se acabó aprender del ocio, de los días de gastronomía barreña tomando los deliciosos churros en la plaza, las visitas a la biblioteca, el calor del largo camino de vuelta con un polo de hielo entre las manos, las conversaciones bajo la sombra de los árboles mientras desayunábamos, los masajes, los chistes, los chicles, el juego del pañuelo, trepar por los árboles…

Ahora vuelve a tocar hacerse responsables, estrenar cartera, reencontrarse con los amigos, hacer otros nuevos, madrugar, aprender algo que hasta entonces desconocías, hacerse al nuevo maestro o maestra que los espera con las pilas cargadas, los libros nuevos, las libretas inmaculadas, los recreos, el esfuerzo diario, las extraescolares, acostarse más temprano y empezar a sacar las rebecas, dejar de perder la noción del tiempo y saber qué día de la semana es e ir contándolos hasta llegar de nuevo al viernes… Un ciclo nuevo de la vida, un girar la ruleta de las estaciones, una nueva ilusión y sin poner apenas resistencia se dejan envolver por los brazos de la organizada rutina.

Los niños tienen una luz que no se extingue, una magia que lo transforma todo, un don de la palabra y la fantasía que no deja de sorprenderte día a día, una sabiduría pura que no está sometida a nada. Material delicado, siempre lo he dicho. Hay que tener una atención precisa en cada cosa que les dices, no decirlo a la ligera, porque puede variar el rumbo de sus vidas. Debemos saber que cada uno de ellos es un tesoro irrepetible y poner más de una vez en tela de juicio nuestras propias creencias.

Amor, paciencia, escucha y comprensión entre materia y materia. Esa es la apasionante labor del adulto para el nuevo curso que comienza.

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