Nuevas lectoras

Aunque el marketing diga que leer es guay y 'cool', hay que recordar que leer es una cuestión de vida o muerte

Hoy, para celebrar el día del libro de ayer, tendré el honor de inaugurar una biblioteca para alumnas de primaria. En estos casos, salvando las distancias, recuerdo a Cernuda: "La poesía, el creerme poeta, ha sido mi fuerza y, aunque me haya equivocado en esa creencia, ya no importa, pues a mi error he debido tantos momentos gozosos". Entre ellos, sin duda, lo de hoy.

Podré contar a las nuevas lectoras dos historias para que no se conformen con las historias de marketing de que leer es útil, guay, cool y eso. Leer es una cuestión de vida o muerte, como demostró Sherezade. Ya saben, esa chica a la que casaron con un califa de muy malas ideas que degollaba a sus jóvenes esposas al despuntar el alba de la primera noche. Sherezade, que era lectora y lista, empezó a contarle una historia, que no terminó con la noche. El califa se mordía los puños: si mataba a la chica se quedaba sin el final, pero tenía que irse a gobernar. La noche siguiente, Sherezade sí acabó aquella historia, pero empezó otra tan emocionante o más, que dejó interrumpida. Y así, una tras otra noche, las mil y una que salvaron a Sherezade, y al hijo de ambos. Es el poder salvífico de los libros.

Claro que las niñas podrán replicarme que ellas no están casadas y que, cuando lo hagan, no será con un bárbaro como el califa. Sin duda, pero el califa es otro símbolo: las buenas historias las salvarán de la soledad mala, de pensar como todos, de la estrechez del espacio y de la brevedad del tiempo, de la tiranía de las apariencias… También les enseñarán el sentido de la aventura, del honor, del humor… Les ayudarán, sobre todo, a volverse sobre su biografía y verla con los ojos deslumbrados e impacientes del que lee (¡y escribe!) una novela.

Pero no olvidemos a las vacas sagradas de la India, a las que tengo gran devoción. Un mito o leyenda religiosa impide que los indios, aun muriéndose de hambre, se las coman. "¡Qué supersticiosos y poco científicos!", podríamos reírnos nosotros, etnocéntricos perdidos. Sin embargo, nunca hay que reírse de un buen cuento. Si los indios, con el progreso, se dijesen: "Ah, que sólo es una historia" y en la primera hambruna se comiesen de golpe todas las vacas, se quedarían sin leche, sin abono para el campo, sin becerros y sin animales para arar: sin futuro. El buen lector sabe que la mejor ficción encierra una verdad de vida o muerte, saborea la ficción y escoge la vida.

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