Naranjito y el ciruelo

Yo te conocí ciruelo y de tus frutos comí, los milagros que tú hagas que me los cuelguen a mí

Hay quien cree que la elegancia se refleja en los zapatos. Cuando veas llegar a alguien que no conoces, fíjate en sus zapatos -dicen- y tendrás una idea de cómo es. Otros, o los mismos, aseguran que "la cara es el espejo del alma". Asocian, en fin, la personalidad de un sujeto a referencias en su aspecto. Por mi parte, no estoy muy convencido de que esa asociación sea un acierto, al menos en estos tiempos. Sin embargo, debo confesar que, a estas alturas, casi siempre he acertado respecto de lo que iba a dar de sí alguien que se me ponía por delante. Tantos años de vivencias y relaciones, de gestión y de intervención en actos públicos, docentes y culturales, de variada hechura, me han permitido estar junto o con personas que se convertirían después en famosos o, simplemente, en conocidos por el gran público. A propósito de ello, me he repetido con frecuencia, para mis adentros, un dicho muy popular que empieza por "yo te conocí ciruelo…". Me explico.

Cuentan -hay varias versiones del relato- que soportando un pueblo una larga sequía, encargaron a un escultor de la localidad esculpiera la figura de un santo tenido por milagroso. El artista, agnóstico, se puso a la tarea y lo esculpió en madera de ciruelo; un poco dura, pero muy abundante en la zona; y la imagen estuvo disponible en unos días. El cura se ató los machos y con medio pueblo a su alrededor, preparó lo necesario para salir en procesión. Salieron y, en un par de horas, el cielo, ya gris, dejo caer sobre aquella buena gente las primeras gotas. Algunos paisanos elevaban la voz y gritaban ¡milagro! ¡milagro! El escultor, desde la puerta de su estancia, miró a lo lejos su obra y dijo para sí: yo te conocí ciruelo y de tus frutos comí, los milagros que tú hagas que me los cuelguen a mí.

He conocido a tantos ciruelos que puedo comprender muy bien a nuestro escultor. En circulación después, en el mejor de los casos, del repasillo universitario, se reparten por los foros de la vida pública. Algunos hasta se dejan ver por los estrados y hablan en nombre de los colectivos a los que pertenecen. Recuerdo ahora con especial intensidad a uno de esos ciruelos que, haciendo de portavoz del partido que gobierna España y gala de una visión prospectiva que ojalá no vaya a peor, llamó naranjito a Albert Rivera y, por extensión, naranjitos a quienes en poco tiempo pudiera ser que los enviaran, a él y a sus adláteres, al ostracismo de los inútiles.

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